Segunda de las Siete Palabras: Hoy estarás conmigo en el paraíso

La segunda palabra es:

Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23.43)

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Imaginen el cuadro: el justo, el fiel, el verdadero, el santo de Dios está crucificado entre dos criminales en el monte de la calavera.

Y si digo “criminales” es por una razón justificada. La cruz era el castigo más violento y despiadado que se conocía en el mundo romano. Al crucificado se le colocaba en lo alto de una cruz para morir asfixiado por el peso de sus músculos desgarrados sobre su pecho. En la cruz, el hambre, la sed, la infección y la gangrena carcomían al condenado. Además, los judíos consideraban que cualquier persona crucificada quedaba “maldita” por la ley de Moisés (Dt. 21.22-23). Por eso le crucificaban alto, para que no contaminara la tierra. Por estas razones sólo eran crucificados los extranjeros, los sediciosos y los criminales más despiadados; porque el castigo de la cruz era algo inhumano.

Jesús es colocado en el Gólgota entre dos crucificados; es llevado a lo alto del monte de la cruz entre dos malhechores que padecían justamente, según confiesa uno de ellos (v. 41).

El cuadro es interesante. En el momento en que los tres condenados a padecer fueron elevados en sus cruces, comienza una dolorosa conversación. Uno de los criminales se burla de Jesús, sugiriéndole que se salve a sí mismo y que le salve a él también. El malhechor le pide a Jesús que haga un milagro, que llame a sus discípulos, en fin, que haga algo para detener la ejecución. Entonces entra en escena el otro criminal, quien reprende al primero por equipararse con Jesús. Después de callar a su compañero, se dirige a Jesús, hablando seguramente con gran dificultad. Este otro criminal reconoce la grandeza de Jesús y le pide “posada”; le pide humildemente que se acuerde de él cuando venga en su reino.

Si, lo oyeron bien, el primero en reconocer al Crucificado como Señor fue otro crucificado. Un marginado, desecho por la sociedad, es quien recibe la revelación divina que le permite reconocer en Jesús al Mesías prometido. A este compañero de cruz, Jesús le ofrece la esperanza de vida eterna. Y esta vida no se pospone a un futuro lejano. La vida abundante que Jesús ofrece comienza aquí y ahora.

Esta es una buena noticia para toda aquella persona que ha sufrido en la vida. Todos aquellos que han sido “crucificados” por el dolor, la pobreza, el desamor y el sufrimiento, pueden encontrar la vida plena en Jesús.

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Tercera de las Siete Palabras: Mujer, he ahí tu hijo

La tercera palabra es:

Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. (Juan 19.26-27)

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De todos los discípulos de Jesús, sólo uno estuvo con él durante el proceso judicial. Pero, para ser justos, debemos decir que no tuvo que enfrentarse a las autoridades judías ni a las romanas. La tradición nos dice que entró al patio de la casa del Sumo Sacerdote porque conocía a su familia. Este discípulo fiel es llamado “el discípulo amado” en el evangelio que lleva su nombre. Allí se indica que su relación con Jesús era tan cercana que acostumbraba recostar su cabeza sobre el pecho del Maestro. Este discípulo amado no es otro que Juan, el mismo que recibió a María en su casa después de la muerte de Jesús.

Muchas conjeturas se han hecho sobre por qué Jesús le encomendó el cuidado de su madre a Juan. Algunos dicen que sucedió porque José había muerto, lo cual probable. Otros dicen que sucedió porque Juan era hijo de Zebedeo y Salomé, la hermana de María. Por lo tanto, Juan era primo-hermano de Jesús. Esto también es probable. Pero se me antoja pensar que la razón es aún más profunda. Veamos lo que dice el Evangelio de Juan, capítulo 7, versículo 5: “Porque ni aún sus propios hermanos creían en él [Jesús]”.

María fue encomendada por Jesús a su discípulo Juan porque fue rechazada por su familia a causa de su fe. La madre fue echada a un lado por la falta de fe de sus hijos.

Esto tiene dos ribetes importantes. En primer lugar, vemos una vez más que el Evangelio es un mensaje para aquellas personas que son rechazadas. Es palabra de Dios para quienes no tienen lugar en la sociedad. Es buena noticia para el que está desamparado y necesita consuelo, ayuda, protección y abrigo. Al morir Jesús, María quedaba desamparada. Por eso Jesús le brinda protección.

Sí, escuchó bien, el Crucificado aún en su dolor puede consolar y proteger al desamparado.

En segundo lugar, debemos señalar que la experiencia de María y Juan es la vivencia de muchos de nosotros. Nuestra familia más cercana es la familia de la fe. Al colocar a su propia madre al cuidado de un discípulo suyo, Jesús inaugura una nueva comunidad: la iglesia. Esa iglesia de Cristo es la que ama y cuida al necesitado; la que se preocupa por el desamparado; la que consuela al afligido. Esa es la iglesia donde todos somos hermanos y hermanas, en el nombre del Señor.

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Cuarta de las Siete Palabras: ¿Por qué me has desamparado?

La cuarta palabra es:

Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: ¡Eloi, Eloi! ¿lama sabactani? (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?). (Marcos 15.34)

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En este momento, llegamos al punto más profundo de la cruz: Jesús se siente desamparado por su Dios, su padre.

Este es probablemente el texto más misterioso de los siete que estamos explorando hoy. ¿Cómo es posible que Dios abandone al justo? ¿Cómo es posible que el Padre abandone al Hijo amado en el cual se complace? ¿Cómo es posible que Dios se desampare a sí mismo?

Aquí tocamos el misterio de la encarnación. Jesús, en su vida terrenal, nunca se identificó con los poderosos; nunca se identificó con los grandes de este mundo. ¡Todo lo contrario! Nació humilde, en un establo, hijo de una familia pobre. Vivió en una pequeña aldea galilea, no en la grandeza de Jerusalén. Y en el momento en que Satanás le tienta, ofreciéndole los reinos del mundo, Jesús toma una decisión.

  • Le dice NO a la riqueza,
  • Le dice NO al poder,
  • Le dice NO a los príncipes de este mundo.

Su opción es por otro reino, el de Dios. Entonces se lanza a predicar diciendo: “El tiempo se ha cumplido; arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mr. 1.15).

Este nuevo reino se distingue de los reinos de este mundo porque afirma que la justicia y la paz de Dios han comenzado a manifestarse en la tierra. Y en esa manifestación, Dios viene a identificarse con el ser humano pecador y desamparado.

  • Por eso Jesús sana enfermos;
  • Por eso echa fuera demonios;
  • Por eso consuela al triste;
  • Por eso predica el evangelio a los pobres.

El reino nos llama a identificarnos con la persona perdida y desamparada.

Creo que ahora podemos comenzar a entender el significado de las palabras del crucificado. Jesús cita el Salmo 21.1 porque vino a identificarse con el ser humano perdido; con la persona pecadora, con aquel que está separado de Dios, con quien se sabe imposibilitado de alcanzar salvación.

En este sentido, el grito de Jesús en la cruz tiene el propósito de señalar el abismo que existe entre Dios y la humanidad. Al clamar en desamparo, Jesús revela que en el sentido más profundo de la palabra todos nosotros somos desamparados. Todos estamos necesitados de salvación.

Por lo tanto, Jesús vino a identificarse contigo y conmigo. Su desamparo es nuestro desamparo. Su muerte es el castigo que debimos llevar tú y yo.

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Sexta de las Siete Palabras: ¡Consumado es!

La sexta palabra es:

            Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: ¡Consumado es! (Juan 19.30)

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Dos palabras. Nunca dos palabras habían dicho tanto como éstas. Nunca una frase tan corta había tenido un sentido tan profundo como ésta.

“Consumado es.” Esta es una declaración de victoria. La obra salvífica de Jesús estaba sellada. El mundo perdido ahora tiene oportunidad de salvación. Jesús ha obedecido al Padre hasta lo sumo y éste lo ha declarado “Hijo de Dios con poder”, como dijo el Apóstol Pedro en Hechos 2. Con obediencia perfecta, Jesús ha demostrado que el mal no es absoluto; que es posible vivir en comunión con Dios. Con su obediencia perfecta, Jesús ha llevado la humanidad hasta el seno del Padre. Ahora la humanidad tiene en Jesús un intermediario, un intercesor.

Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, pero alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Hebreos 4.14-16

“Consumado es” es la declaración de la derrota del mal. Ya la vida ha triunfado sobre la muerte. Ya la esperanza ha triunfado sobre el dolor. Ya la justicia ha triunfado sobre el pecado. Ya Dios ha triunfado sobre el Adversario y sus huestes del mal. Ahora:

…ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo alto, ni lo bajo, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús.

Ro 8.38-39

Pero, en un sentido más profundo, “consumado es” significa que ya no hay abismo. El grito de Jesús desde la cruz le dice al mundo que el abismo que creó el pecado entre Dios y el ser humano ya no existe. Ahora hay un punto de contacto entre la divinidad y el género humano. La cruz es el puente.

La cruz es el puente que lleva al ser humano hasta la presencia de Dios. La cruz de Jesús ha revelado la justicia divina y ahora es posible ser salvo por gracia. La salvación es, pues, don divino; regalo de vida para todo aquel que cree.

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