Me dijeron que era bella

Me dijeron que era bella es el relato de una experiencia pastoral con la violencia de género, de violencia contra la mujer.

Me dijeron que era bella. Me dijeron que tenía 24 años. Me dijeron que tenía un hijo de 8 años, que había dado a luz a los 16. Me dijeron que desde los 14 años había sido la pareja sentimental de un hombre que era 10 años mayor que ella y que su relación había sido tormentosa. Me dijeron que su ex-pareja la había asesinado y que su cuerpo se encontraba en una funeraria cercana. (El texto continúa abajo)

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Cuando llegué a la funeraria me dirigí a la primera capilla. Me acerqué al féretro y vi una mujer desfigurada, con la piel manchada, que parecía tener más de   40 años. Pensé que me había equivocado de capilla. 

«El marido la estranguló, por eso se ve así», me dijo un caballero que estaba a mi izquierda, cuya presencia yo no había notado. «¡Mírela!», me ordenó, señalando una fotografía colocada entre los arreglos florales. 

La joven en la foto era tan hermosa como me habían dicho. La piel morena clara que exhibía en la foto había quedado atrás. Su compañero sentimental la había estrangulado, lo que había desfigurado su rostro, causando hematomas y hemorragias que le daban un aspecto grotesco a su piel. 

Salí de la capilla medio atontado por la escena. Afuera, encontré al padre de la joven, quien llevaba de la mano a su nietecito huérfano. El hombre lloraba en silencio, de manera casi imperceptible. Le extendí la mano, me presenté y le di el pésame. Secando sus lágrimas, el hombre trató de hablar para explicarme lo que había pasado. Yo lo detuve, indicándole que una de sus sobrinas, quien era miembro de la iglesia que yo pastoreaba, ya me había contado todo. 

El padre continuaba estrechando mi mano, quizás porque necesitaba apoyo. Entonces le dije: «Yo sé que usted hizo todo lo posible por separarla de ese hombre. Esto no es su culpa. Es culpa del abusador». Esas palabras motivaron un torrente de lágrimas y de expresiones de dolor. El padre enlutado me contó cómo la joven se había enamorado del abusador siendo apenas una niña; cómo los intentos de disciplinarla fallaron; y cómo el abusador escapó a acusaciones criminales por violación técnica y por violencia de género. 

Lo más triste es que, aún después de convertirse en toda una mujer, la joven mantenía una relación ambivalente y tormentosa hacia su abusador. Lo mismo le ponía una orden de protección en la corte, que se iba de fin de semana con él. No deseaba ser golpeada, pero respondía celosa si se enteraba que el abusador estaba saliendo con otra mujer. Por alguna razón, la joven no encontraba cómo romper los lazos que la unían a su verdugo. 

Durante las semanas que precedieron a su muerte, la familia le dio un ultimátum a la joven: «O rompes la relación con el abusador o te vas de la casa». En respuesta, la muchacha volvió al juzgado para solicitar una orden de protección. La corte asignó una fecha para revisar la pensión alimentaria y la custodia del menor. Empero, el abusador le pidió una «última oportunidad» y la joven accedió a verlo. Ese fue el error que le costó la vida. Ese día la asesinó.

El padre de la joven muerta, quien era un perfecto extraño para mi, me abrazó y lloró en mi hombro un buen  rato. «Yo vuelvo mañana», le dije cuando finalmente se calmó un poco. «El entierro es a las 10:00 a.m.», respondió.

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Corona de la creación (Génesis 2)

Corona de la creación es un sermón sobre la creación de la mujer, basado en Genesis 2, apropiado para el Día de las Madres.

La celebración del Día de las Madres brinda una oportunidad especial para reflexionar no solo sobre la maternidad, sino también sobre la dignidad de todas las mujeres. Desde esta perspectiva amplia, proponemos considerar a la mujer como la “corona de la creación”, basándonos en el relato bíblico de Génesis 2:18-23. Esta visión no solo honra la capacidad de las mujeres para la maternidad, sino que también afirma su lugar esencial en el plan de Dios para la humanidad.

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El relato de la creación en el Génesis ofrece dos versiones complementarias. La primera, de carácter más poético, presenta la creación del ser humano —hombre y mujer— a imagen de Dios (Génesis 1.27). Sin embargo, la segunda narración, más detallada y narrativa, desarrolla la creación de la mujer de manera especial. Dios primero forma al varón del polvo de la tierra, pero observa que “no es bueno que el hombre esté solo”. A partir de esta necesidad, crea a la mujer, no de nuevo polvo, sino de la misma esencia del varón, subrayando su igualdad en dignidad y naturaleza.

El acto de crear a la mujer a partir del varón, tal como se describe en Génesis 2.21-23, expresa su profunda conexión con el hombre. La mujer no es un ser secundario ni accesorio, sino una parte integral del propósito divino. La narración bíblica recalca que la creación alcanza su plenitud solo con la formación de la mujer. No hay nueva creación después de ella; su existencia marca la culminación de la obra creadora de Dios.

El significado teológico de este relato es profundo: la mujer no es un añadido al final de la creación, sino su culminación. Ella completa el orden creado, trayendo equilibrio, comunión y plenitud. Así, en el plan de Dios, la mujer representa no solo la capacidad de dar vida, sino también la encarnación de valores divinos como el amor, la compasión y la sabiduría.

Celebrar el Día de las Madres, entonces, es reconocer y honrar a todas las mujeres —madres biológicas, madres de crianza, mujeres solteras, casadas, divorciadas o viudas— como portadoras de esta dignidad intrínseca. Es un acto de gratitud por su presencia, que refleja la plenitud de la creación y la gracia divina.

Al afirmar a la mujer como corona de la creación, reconocemos su valor eterno y su lugar insustituible en la historia humana y en la comunidad de fe. Bendecimos a Dios por su sabiduría al otorgar a la humanidad este regalo tan precioso.

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Día de las Madres
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