Séptima de las Siete Palabras, para el Viernes Santo de la Semana Santa: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, por el Dr. Jiménez.
La séptima palabra es: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Habiendo dicho esto, expiró.” Lucas 23.46
Después de haber cumplido su obra en el mundo, ¿qué le resta a Jesús? Sólo queda invocar al Padre para ser restaurado a la gloria que tuvo con él desde “antes que el mundo existiera” (Jn 17.5).
Jesús vuelve a llamar a Dios “Padre”, en forma íntima y personal. Probablemente usó la palabra aramea “abba” para referirse a Dios en esta ocasión. Esta es la misma palabra que aparece en Romanos 8.15 y Gálatas 4.6. Este vocablo se utilizaba sólo en la intimidad del hogar, ya que implica una íntima relación de amor y cariño sentido. En este sentido, es como si Jesús llamara a Dios “papi” o “papito”, como un bebé llama a su padre.
Jesús invoca al Dios “Padre” para volver a él, para entregarle su espíritu. De este modo, se cumple la profecía del Salmo 22.8: “Se encomendó a Jehová: líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía”.
Jesús se entrega a Dios para ser restaurado, para ser reivindicado ante los ojos de los pecadores que le habían llevado a la cruz. En una palabra, Jesús se entrega a Dios para ser levantado de entre los muertos por medio del poder del Espíritu Santo.
El Galileo no quedó colgado en la cruz. Fue sepultado el viernes en la tarde, pero no resucitó hasta el domingo—día del Señor—en la mañana.
El Hijo entrega su espíritu al Padre en esperanza. Con la esperanza de resucitar de entre los muertos a una vida incorruptible. Y con su resurrección, Jesús abre el camino para toda aquella persona que cree. Y con él la iglesia tiene la esperanza gloriosa de vida abundante y eterna con su Señor. Desde ahora, nadie tendrá que morir en desesperanza.
Al leer este relato, una pregunta surge en mi mente. ¿Tendría yo la valentía necesaria para enfrentar la muerte con tanta valentía? ¿Tendría yo la fe necesaria para enfrentar la muerte con tanta paz? ¿Podría yo expirar confiado en quedar en las manos de Dios? ¿Podría yo? ¿Podría usted?
Conclusión
El viernes es el día de la muerte. Temprano en la tarde, el cuerpo de Jesús cuelga del madero. Ha expirado; ha muerto. Ha muerto:
Por mis pecados,
Por tus pecados,
Y por los pecados de toda la humanidad.
En sus palabras finales ha resumido su obra salvífica. Jesús nos perdona, nos ofrece la gloria, nos da una nueva familia, afirma que ahora tenemos libre acceso a Dios, se identifica con nosotros y nos da esperanza de salvación.
Ahora sólo me resta invitarle a aceptar la invitación que Jesús nos hace desde la cruz. Jesús te invita a dejar atrás la vida vieja, a aceptar su perdón y a caminar hacia el futuro con esperanza. Jesús te invita a imaginar un nuevo futuro, dirigido hacia la vida plena que se encuentra cuando se vive en comunión con Dios. Jesús te invita. Jesús te invita.
Dos palabras. Nunca dos palabras habían dicho tanto como éstas. Nunca una frase tan corta había tenido un sentido tan profundo como ésta.
“Consumado es.” Esta es una declaración de victoria. La obra salvífica de Jesús estaba sellada. El mundo perdido ahora tiene oportunidad de salvación. Jesús ha obedecido al Padre hasta lo sumo y éste lo ha declarado “Hijo de Dios con poder”, como dijo el Apóstol Pedro en Hechos 2. Con obediencia perfecta, Jesús ha demostrado que el mal no es absoluto; que es posible vivir en comunión con Dios. Con su obediencia perfecta, Jesús ha llevado la humanidad hasta el seno del Padre. Ahora la humanidad tiene en Jesús un intermediario, un intercesor.
Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, pero alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. – Hebreos 4.14-16
“Consumado es” es la declaración de la derrota del mal. Ya la vida ha triunfado sobre la muerte. Ya la esperanza ha triunfado sobre el dolor. Ya la justicia ha triunfado sobre el pecado. Ya Dios ha triunfado sobre el Adversario y sus huestes del mal. Ahora:
…ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo alto, ni lo bajo, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús. – Romanos 8.38-39
Pero, en un sentido más profundo, “consumado es” significa que ya no hay abismo. El grito de Jesús desde la cruz le dice al mundo que el abismo que creó el pecado entre Dios y el ser humano ya no existe. Ahora hay un punto de contacto entre la divinidad y el género humano. La cruz es el puente.
La cruz es el puente que lleva al ser humano hasta la presencia de Dios. La cruz de Jesús ha revelado la justicia divina y ahora es posible ser salvo por gracia. La salvación es, pues, don divino; regalo de vida para todo aquel que cree.
La quinta palabra no puede ilustrar mejor la humanidad de Jesucristo. El crucificado no es un fantasma que aparenta sufrir en la cruz. Jesús no es una aparición que cumple una formalidad en el plan divino. Jesús de Nazaret es un ser humano verdadero. Su dolor fue tan real como el nuestro; su sufrimiento tan duro como el de cualquier otra persona.
Jesús tiene sed. Tiene sed para que se cumplan las profecías: «Y mi lengua se pegó a mi paladar» (Sal 22.15); «Y en mi sed me dieron a beber vinagre» (Sal 69.21).
Su sed es real. Es la sed de un torturado que se levanta en el árbol de la cruz en representación de todo el género humano.
Ahora bien, escondido en este episodio hay un pasaje que considero pertinente para nuestro contexto. El Evangelio de Marcos afirma que el vinagre que le ofrecen a Jesús es la cruz es vino mezclado con mirra (15.23). En el mundo antiguo, esta mezcla se hacía con el propósito de endrogar al penitente. Se le daba el brebaje para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. Al parecer, se entendía que el vino podía ayudar al crucificado a olvidar su dolor.
¿No les parece conocido este cuadro? Nuestro país vive momentos tan amargos que muchas personas desean escapar de la realidad. Por eso tantas personas abusan del alcohol, de las drogas ilegales y de los medicamentos recetados. Están buscando medicina que cure el alma; y la están buscando en los lugares equivocados. Por eso tantas personas buscan en la música, en el baile y en el “vacilón”, la felicidad que no encuentran en sus vidas diarias. Lo que es más, por eso tantas personas buscan en la iglesia un escape para sus problemas. Estas quieren una adoración que le ayude a desconectarse del mundo; no una que les ayude a confrontar las situaciones difíciles en el nombre del Señor.
Pero el Crucificado nos enseña otro camino. Jesús no escapó de las situaciones difíciles, al contrario, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc. 9.51b). Aun sabiendo que en Jerusalén podría encontrar la muerte; aun sabiendo que en Sión le esperaban sus enemigos, Jesús va a la Ciudad Santa a enfrentar su futuro.
En el momento difícil de Getsemaní enfrenta la copa amarga y enfrenta la turba que viene a arrestarle. Y enfrenta estas situaciones con valentía, sin la violencia de Pedro y sin la cobardía de los discípulos que huyeron.
Después va a la cruz. Y aún allí, en el agudo dolor del madero, se niega a escapar. Se niega a tomar el vino drogado. Se niega a dejarse vencer por la cobardía. Jesús sabe que la única manera de vencer los problemas es dándoles el frente.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?: Cuarta Palabra del sermón de Las Siete Palabras, para el viernes santo de la semana santa.
La cuarta palabra es: “Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: ¡Eloi, Eloi! ¿lama sabactani? (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?).” Marcos 15.34
En este momento, llegamos al punto más profundo de la cruz: Jesús se siente desamparado por su Dios, su padre.
Este es probablemente el texto más misterioso de los siete que estamos explorando hoy. ¿Cómo es posible que Dios abandone al justo? ¿Cómo es posible que el Padre abandone al Hijo amado en el cual se complace? ¿Cómo es posible que Dios se desampare a sí mismo?
Aquí tocamos el misterio de la encarnación. Jesús, en su vida terrenal, nunca se identificó con los poderosos; nunca se identificó con los grandes de este mundo. ¡Todo lo contrario! Nació humilde, en un establo, hijo de una familia pobre. Vivió en una pequeña aldea galilea, no en la grandeza de Jerusalén. Y en el momento en que Satanás le tienta, ofreciéndole los reinos del mundo, Jesús toma una decisión.
Le dice NO a la riqueza,
Le dice NO al poder,
Le dice NO a los príncipes de este mundo.
Su opción es por otro reino, el de Dios. Entonces se lanza a predicar diciendo: “El tiempo se ha cumplido; arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mr. 1.15).
Este nuevo reino se distingue de los reinos de este mundo porque afirma que la justicia y la paz de Dios han comenzado a manifestarse en la tierra. Y en esa manifestación, Dios viene a identificarse con el ser humano pecador y desamparado.
Por eso Jesús sana enfermos;
Por eso echa fuera demonios;
Por eso consuela al triste;
Por eso predica el evangelio a los pobres.
El reino nos llama a identificarnos con la persona perdida y desamparada.
Creo que ahora podemos comenzar a entender el significado de las palabras del Crucificado. Jesús cita el Salmo 21.1 porque vino a identificarse con el ser humano perdido; con la persona pecadora, con aquel que está separado de Dios, con quien se sabe imposibilitado de alcanzar salvación.
En este sentido, el grito de Jesús en la cruz tiene el propósito de señalar el abismo que existe entre Dios y la humanidad. Al clamar en desamparo, Jesús revela que, en el sentido más profundo de la palabra, todos nosotros somos desamparados. Todos estamos necesitados de salvación.
Por lo tanto, Jesús vino a identificarse contigo y conmigo. Su desamparo es nuestro desamparo. Su muerte es el castigo que debimos llevar tú y yo.
El mundo se va tras Él (Juan 12.19): Manuscrito de sermón gratuito para el Domingo de Ramos, Semana Santa, por el Dr. Jiménez.
Texto: Juan 12.19
Idea Central: La gracia de Dios es irresistible.
Área: Evangelización
Propósito: Llamar a la audiencia al compromiso cristiano.
Diseño: Expositivo, para el Domingo de Ramos, Semana Santa
Lógica: Inductiva
Un sermón para el Domingo de Ramos
Introducción
Jerusalén no sólo era la capital de Judea, sino que era también el centro espiritual de la fe de Israel. Como tal, Jerusalén era el hogar de los principales líderes políticos y religiosos judíos, tales como el Sumo Sacerdote, los Saduceos, los Herodianos, los Escribas y los Rabinos Fariseos más importantes de Judea.
Los grupos religiosos judíos
La relación entre los líderes de estos grupos era ciertamente difícil. En realidad, eran enemigos, dado que cada grupo aspiraba alcanzar metas distintas para el país.
El Sumo Sacerdote era el líder espiritual más importante de Judea. Además, era el líder de los Saduceos, un grupo conservador que representaba los intereses de los sacerdotes y los levitas que laboraban en el Templo de Jerusalén. Por eso, privilegiaban la interpretación literal de los primeros cinco libros de la Biblia—el Pentateuco—que hablan de las leyes y las ceremonias relacionadas al culto de Israel. No creían en la resurrección, doctrina central para los Fariseos, a quienes consideraban enemigos.
Los Herodianos eran el partido político que estaba a favor de que gobernaran los hijos y los nietos de Herodes el Grande. El detalle es que Herodes no era judío, sino Idumeo. Por lo tanto, estaban a favor de que Judea fuera gobernada por extranjeros. Veían a los religiosos como enemigos, pues tanto los Saduceos como los Fariseos se oponían a su mandato.
Y los Fariseos eran los líderes de las sinagogas. Eran expertos en la interpretación de la ley, pero enfocaban en los aspectos éticos y morales de la misma. No le daban importancia a los sacrificios de animales ni a las ceremonias del Templo. Eran muy piadosos y creían en la resurrección de los muertos.
¿Por qué la gente seguía a Jesús?
Los líderes de la fe de Israel, a pesar de ser enemigos, tenían algo en común: ninguno comprendía por qué la gente seguía a Jesús de Nazaret.
Jesús era distinto a cualquier otro líder político o religioso de la época.
No era sacerdote ni levita.
No era partidario de Herodes ni se relacionaba con la política judía.
Tampoco había estudiado teología con los rabinos de Jerusalén.
Si Jesús no formaba parte de ninguno de los grupos tradicionales, ¿por qué la gente le seguía?
Los líderes tradicionales pensaban que Jesús tenía poco que ofrecer al pueblo:
No era un líder político, lo que le impedía construir grandes edificios o repartir pan a las masas pobres.
No era un sacerdote, lo que le impedía ofrecer sacrificios a favor del pueblo o hacer ritos de purificación por sus pecados.
Y no era un rabino adiestrado en Jerusalén, lo que le impedía enseñar en las mejores sinagogas del país o relacionarse con los grandes líderes religiosos.
Entonces, la pregunta persiste: ¿Por qué la gente le seguía?
Lo que es innegable es que Jesús tenía algo especial, un don particular que le permitía relacionarse con la masa del pueblo.
Sus enseñanzas eran sencillas, explicadas en el lenguaje de la gente pobre. Jesús le hablaba a la masa del pueblo del reino de Dios, comparándolo con cosas tan sencillas como una semilla de mostaza o con un pastor de ovejas.
Sus oraciones eran poderosas, trayendo sanidad y liberación a quienes estaban sufriendo.
Y su presencia pastoral, acompañando al pueblo en crisis, traían aliento y esperanza al corazón.
Empero, hay otro elemento que no podemos olvidar: Jesús tenía una gran valentía motivada por un profundo sentido de misión. Y esa valentía le condujo a hacer un acto profético que evocaba las acciones de los antiguos profetas de Israel.
La Entrada Triunfal
Era el domingo antes de la Pascua, el día cuando parte de la Legión X Fretensis entraba a Jerusalén para evitar que surgieran rebeliones durante la fiesta de la Pascua, que evocaba la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto.
Ese día, ese mismo día, Jesús entró a Jerusalén el mismo día que entraron los refuerzos militares romanos a la ciudad. Es evidente que Jesús se estaba jugando la vida, porque su acto profético sería interpretado por las autoridades romanas como un desafío a gobierno militar.
Y si digo «acto profético», es porque Jesús no puede hacer más evidente el contraste entre los dos desfiles.
Los romanos entraban armados; Jesús entraba humilde.
Los romanos usaban caballos; Jesús entraba en un burrito, símbolo de paz.
Los romanos buscaban infundir temor en el pueblo; Jesús entraba para dar esperanza.
El texto es claro:
El siguiente día, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: «No temas, hija de Sion; He aquí tu Rey viene, Montado sobre un pollino de asna». (Juan 12.12-15)
Este acto de Jesús fue tan atrevido, que ni sus propios discípulos lo comprendieron en ese momento, como dice el v. 16: «Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho».
No obstante, el sencillo acto de Jesús trajo esperanza al pueblo porque era un desfile de la vida. Sí, era una afirmación de la vida ante las amenazas del ejército extranjero. Y ese grito de vida levantó el ánimo del pueblo, como dicen los vv. 17 y 18:
Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal.
La gracia irresistible
Desde Jerusalén, al otro lado de las murallas, los líderes de los distintos partidos políticos y grupos religiosos examinaban el acto profético de Jesús, quien bajaba desde el Monte de los Olivos para entrar a la ciudad por la Puerta del Mesías. Y ante la locura del Galileo, la pregunta persistía: ¿Por qué la gente le seguía?
El elemento que no podían comprender era la gracia, la gracia divina, la gracia irresistible del Dios de la Vida. Jesús era la encarnación de Dios, y por lo tanto, era la presencia de Dios hecha carne. Como tal, también era el amor y la gracia de Dios hecha hombre. Y la gracia de Dios es irresistible.
Cuando una persona siente la presencia de Dios, tiene que rendirse ante ella. Comprender que Dios está aquí, a nuestro lado, es algo maravilloso. Su presencia nos llena de esperanza, y eso nos da valentía para enfrentar el futuro. Dios está con nosotros por las sendas del mundo, caminando hacia el Reino; por los caminos de la vida está Dios acompañando nuestros pasos.
Por eso le seguimos.
Por eso nos rendimos ante él.
Por eso, porque sentimos su amor latiendo en nuestro propio pecho.
Conclusión
Los líderes fariseos nunca llegaron a comprender por qué la gente seguía a Jesús, aunque sí llegaron a comprender que toda su oposición eran vana. Sí, Juan 12.19 enseña que los principales fariseos comprendieron que oponerse a Jesús era una pérdida de tiempo. El texto dice que «los fariseos dijeron entre sí: “Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él”».
Y sus palabras fueron proféticas, dado que el mundo continúa yéndose tras Jesús. Aquel pequeño grupo de creyentes que acompañaron a Jesús mientras entraba a Jerusalén, quizás estaba compuesto por algunos cientos de personas. Hoy, más de 2,000 millones de personas en el mundo confiesan que Jesucristo es el Señor.
«El mundo se va tras él»; así me sentía yo cuando no era creyente. De repente, todas las personas que yo admiraba o amaba se convertían a la fe de Jesús. Sentía que todo y todos me hablaban de Dios. Mientras más yo lo rechazaba, más cerca sentía su presencia.
Hasta que un día, un domingo, un Domingo de Ramos, dejé de pelear con Dios. Ese día, yo también me fui tras él. Y casi cuatro décadas después, reafirmo que Jesucristo es el Señor.
Hoy Jesús te invita a seguirle con fe; hoy Jesús te invita a irte tras él.
**********
Suscríbase gratuitamente a Prediquemos, nuestro podcast sobre predicación, liderazgo cristiano & teología pastoral, visitando www.prediquemos.com.
Visite y suscríbase al canal del Dr. Jiménez en YouTube.com, drpablojimenez, donde encontrará más de 900 archivos de sermones, prédicas & sermones.
Sermones para el Domingo de Ramos y la Semana Santa
Una reflexión sobre el liderazgo pastoral basada en 2 Corintios 4.7-10, por el Dr. Pablo A. Jiménez.
En la condición humana, el sufrimiento y el gozo van de la mano, atados a la fragilidad de la vida. El Apóstol Pablo reconoció esta situación en sus escritos, donde una y otra vez habla sobre cómo enfrentar el sufrimiento que produce el servir como líder pastoral. Sin embargo, en la Segunda Epístola a la Iglesia en Corinto trata el tema del sufrimiento de manera ejemplar.
Vea el vídeo basado en este podcast en YouTube:
Podríamos citar muchos pasajes muy hermosos donde el Apóstol defiende su ministerio con vehemencia. Pero hoy quiero llamar su atención, de manera particular, a una hermosa porción bíblica que se encuentra en el capítulo 4, versículos 7 al 10, de la carta. El texto dice:
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que se vea que la excelencia del poder es de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos; siempre llevamos en el cuerpo, y por todas partes, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nosotros. (RVC)
Noten los temas tan profundos que podemos encontrar en esta porción bíblica.
El primero es que el poder de Dios se manifiesta en medio de la fragilidad humana. El poder de Dios, a cuál accedemos por medio del Evangelio de Jesucristo, es ese “tesoro” que debemos guardar. ¿Y los vasos de barro? Eso somos usted y yo, y todo ser humano creado del polvo de la tierra. De acuerdo a Génesis 2, todo ser humano no es más que una vasija de barro.
El segundo tema es que el sufrimiento, aunque ciertamente doloroso, no puede destruir a quienes han desarrollado una relación con Dios, por medio de Cristo, en el poder del Espíritu Santo.
El tercer tema es que la excelencia del poder de Dios no depende de nosotros. El poder de Dios es excelente porque Dios es excelente. Es la gloria de Dios lo que hace glorioso el evangelio de Jesucristo. La excelencia del Evangelio se debe a la presencia del Dios excelente en nuestras vidas, no a nuestro propio esfuerzo.
Tema: Dios nos llama a crecer constantemente en la fe.
Área: Educación cristiana
Propósito: Llamar a la juventud a buscar el crecimiento espiritual.
Diseño: Temático
Lógica: Inductiva
Introducción
La juventud es tiempo de grandes cambios. Es el tiempo cuando pasamos de la niñez a la edad adulta; de ser personas dependientes a ser personas independientes.
En nuestros días, la sociedad ha añadido una carga a la juventud. Ahora la sociedad nos exige que afirmemos nuestra identidad durante la adolescencia temprana (13 a 18 años).
Más que identidad, la sociedad nos exige que escojamos y afirmemos nuestras identidades. Es decir, que indiquemos cual es nuestra identidad:
Étnica
Sexual
Vocacional
Religiosa
1 Corintios 15.58
La identidad cristiana
Las personas que creemos en Jesucristo, que afirmamos que Jesús es nuestro Señor y Salvador, tenemos una identidad religiosa. Cuando nos llamamos «cristianos» o «cristianas», estamos tomando para nosotros mismos el nombre de Jesucristo. La persona que se llama a sí misma «cristiana», está afirmando que le pertenece a Jesucristo.
¿Qué es lo que nos da esa identidad como personas cristianas? Nuestra identidad cristiana se deriva de la fe en Jesucristo. Es la fe en Dios, en Jesucristo su hijo, y en el poder del Espíritu Santo lo que nos permite llamarnos a nosotros mismos «cristianos».
Ahora bien, la fe en Jesús no se queda en el plano de la ideas. Por el contrario, la fe en Jesús se demuestra por medio de nuestras acciones:
Demostramos fe en Jesús cuando nos unimos a una iglesia cristiana donde podemos crecer en la fe de Jesucristo.
Demostramos fe en Jesús cuando le adoramos de todo corazón.
Demostramos fe en Jesús cuando oramos a Dios, pidiendo dirección y
protección para nuestras vidas.
Demostramos fe en Jesús cuando estudiamos la Biblia, buscando dirección y crecimiento espiritual.
Demostramos fe en Jesús cuando testificamos de su amor, compartiendo nuestra experiencia de Dios con otras personas.
Fe y conducta
Todos estos elementos son importantes para la vida cristiana. Tenemos que practicar las disciplinas espirituales, tales como la congregación con otras personas de fe, la oración, la adoración, la lectura de la Biblia y el dar testimonio de Jesucristo.
Sin embargo, la fe cristiana se demuestra de otras maneras. Por ejemplo, la Epístola a Santiago dice lo siguiente: «Delante de Dios, la religión pura y sin mancha consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y en mantenerse limpio de la maldad de este mundo» (Sant. 1.27, RVC).
Santiago afirma que la verdadera religión se demuestra por medio de la conducta; por medio de obras de fe motivadas por el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones. Por eso, el Apóstol dice:
Hermanos míos, ¿de qué sirve decir que se tiene fe, si no se tienen obras? ¿Acaso esa fe puede salvar? Si un hermano o una hermana están desnudos, y no tienen el alimento necesario para cada día, y alguno de ustedes les dice: «Vayan tranquilos; abríguense y coman hasta quedar satisfechos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve eso? Lo mismo sucede con la fe: si no tiene obras, está muerta.Pero alguien podría decir: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.» Tú crees que Dios es uno, y haces bien. ¡Pues también los demonios lo creen, y tiemblan! ¡No seas tonto! ¿Quieres pruebas de que la fe sin obras es muerta? ¿Acaso nuestro padre Abrahán no fue justificado por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe de Abrahán actuó juntamente con sus obras, y que su fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: «Abrahán creyó a Dios, y eso le fue contado por justicia»,(E) por lo que fue llamado «amigo de Dios». Como pueden ver, podemos ser justificados por las obras, y no solamente por la fe. Lo mismo sucedió con Rajab, la prostituta. ¿Acaso no fue justificada por las obras, cuando hospedó a los mensajeros y los ayudó a escapar por otro camino? Pues así como el cuerpo está muerto si no tiene espíritu, también la fe está muerta si no tiene obras.
Santiago 2.14-26, RVC
La fe se demuestra, pues, por medio de nuestra conducta. El escenario de la fe no es la iglesia. Es relativamente fácil ser cristiano en un ambiente como el que ofrece una congregación cristiana o un lugar de retiro de ambiente cristiano. El verdadero escenario de la fe es el mundo, es la sociedad donde vivimos:
Probamos nuestra fe en el seno de la familia, donde interactuamos con las personas más importantes en nuestras vidas.
Probamos nuestra fe en nuestros lugares de estudio y trabajo, donde interactuamos regularmente con el mismo grupo de personas.
Probamos nuestra fe en la calle, donde interactuamos con extraños en relativo anonimato.
Empero, también probamos nuestra fe cuando nos encontramos a solas, cuando nadie nos ve:
¿Cuáles son los pensamientos que nos asaltan cuando estamos a solas?
¿Cómo usamos el Internet? ¿Qué lugares visitamos? ¿Con quién «chateamos»?
¿Qué decimos en nuestras conversaciones?
¿Cuáles son nuestros planes para el futuro? ¿Cuáles son nuestros anhelos y deseos?
Fe e integridad
Ahora bien, existe otro elemento importante para el crecimiento en la fe cristiana. Sin este elemento, un creyente no puede alcanzar el desarrollo espiritual necesario para ser un líder en la obra cristiana. Ese elemento es la integridad.Leamos 1 Corintios 15:58 (RVC), que dice: «Así que, amados hermanos míos, manténganse firmes y constantes, y siempre creciendo en la obra del Señor, seguros de que el trabajo de ustedes en el Señor no carece de sentido.»
Notemos el lenguaje que usa el pasaje para recalcar la importancia de la integridad. En primer lugar, el texto exhorta a los creyentes a estar «firmes y constantes». Para comprender lo que el Apóstol Pablo desea decir, es necesario recordar que este versículo forma parte de una carta a la Iglesia en Corinto. La historia nos enseña que Corinto era una ciudad portuaria famosa por su decadencia y por su corrupción. Corinto era tan famosa por sus prostíbulos, que servían a los marineros que atracaban en sus puertos, que los griegos de cualquier ciudad llamaban a las prostitutas «chicas de Corinto».
Además, cuando leemos la carta a los Corintios vemos que esta era una iglesia problemática, donde algunos creyentes:
Estaban divididos en grupos que luchaban unos contra otros por el control de la congregación (1 Co. 3).
Tenían una vida sexual desordenada, como el hombre que enamoró a su
madrastra (1 Co. 5).
Entablaban demandas legales los unos contra otros en los tribunales paganos (1 Co. 6:1‐11).
Se humillaban mutuamente cuando compartían alimentos y celebraban la cena del Señor (1 Co. 8 y 11:17‐34).
Por lo tanto, debe quedar claro que Pablo llama a los corintios a afirmarse en la fe, precisamente porque eran débiles en la fe.
En segundo lugar, el texto llama a los creyentes a crecer en la obra del Señor. Ese crecimiento debe ser constante; debe darse «siempre». Los creyentes, pues, nunca alcanzamos la plena madurez espiritual en este mundo. Por eso, el crecimiento en la fe debe ser constante. No importa su edad, usted debe estar buscando crecer en la fe de Jesucristo.
En tercer lugar, 1 Corintios 15:58 nos recuerda que «nuestro trabajo en el Señor «no carece de sentido» (RVC) o «no es en vano» (RVR 1960). Por lo regular, las cosas que hacemos para agradar al Señor benefician a personas en necesidad. El mundo está lleno de dolor; de personas que sufren debido a problemas familiares, enfermedades y otras experiencias negativas. La fe nos permite ministrar a personas en necesidad.
Quienes predicamos el Evangelio rara vez tenemos la oportunidad de saber hasta qué punto nuestras palabras llegan a la gente en necesidad. Sin embargo, en algunas ocasiones alguien se acerca a nosotros y nos da testimonio de lo que Dios está haciendo en sus vidas. Esos testimonios nos ayudan a continuar creciendo en la fe y trabajando para el Señor. Esos testimonios nos recuerdan que nuestro trabajo en el Señor «no es en vano».
Conclusión
Dios nos llama a crecer constantemente en la fe de Jesucristo. Y si decimos «constantemente» es porque el crecimiento en la fe requiere integridad. La integridad es esencial para el crecimiento y el desarrollo en la fe.
Yo sé que ustedes enfrentan grandes presiones, presiones nuevas a las cuales no están acostumbrados.
Algunas de sus amistades se burlan de ustedes. Esto les causa angustia, porque se sienten rechazados socialmente en un tiempo donde las amistades llegan a ser más importantes que sus propios familiares.
Otros se sienten presionados por su sexualidad. La juventud es el tiempo cuando uno despierta a su propia sexualidad. Uno comprende que la sexualidad es una fuente de placer, pero que su manejo requiere responsabilidad. También uno comprende que la sexualidad puede ser usada como un arma, que el mal uso de la sexualidad puede convertirnos en víctimas o en verdugos.
Aun otros enfrentan problemas con todas las substancias y condiciones que pueden convertirse en adicciones. Los medicamentos, las drogas ilícitas, el alcohol, la pornografía y hasta las sensaciones de peligro pueden convertirse en focos de adicción. Las adicciones nos dan placer por un tiempo que cada vez es más corto, mientras se convierten en fuentes de angustia y vergüenza.
Ante todas estas presiones, Dios nos llama a crecer constantemente en la fe. ¿Por qué? Porque la fe es nos ayuda a enfrentar a vencer todas estas presiones, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Amor: Si hay una palabra que nos lleva a pensar en la grandeza de Dios es, precisamente, amor. Del mismo modo, la palabra amor define la Navidad como ninguna otra. Quien nace humilde en el pesebre de Belén es Emanuel, “Dios con nosotros”, el amor hecho carne para bendición de toda la humanidad.
Hoy exploraremos ese amor desde una perspectiva diferente, meditando sobre las enseñanzas de la Epístola del Apóstol Pablo a Tito, un texto bíblico que no es muy conocido en nuestras congregaciones.
La Epístola de Tito
Cuando pensamos en Tito, pensamos en 1 y 2 Timoteo. En conjunto, estas tres cartas se conocen como “Las Epístolas Pastorales”, dado que recalcan la organización de la Iglesia Primitiva.
Allí encontramos enseñanzas sobre temas relacionados al liderazgo de la Iglesia, tales como los requisitos para servir como anciano o anciana, diácono o diaconisa y para puestos que ya la Iglesia no tiene, tales como el de la “viuda” (que era ocupado por ancianas solitarias que eran mantenidas por la Iglesia).
Por esta razón, rara vez se escuchan sermones sobre estas epístolas, a menos que se hable sobre la organización de la iglesia, sobre el ministerio o sobre los diversos aspectos administrativos de la Iglesia.
Cuando se manifestó la bondad
Por eso es tan sorprendente encontrar en esa corta epístola un pasaje cuyo contenido teológico es tan exquisito que rivaliza el contenido de otras epístolas paulinas, tales como Romanos, Gálatas y Efesios.
Me refiero a Tito 3, versículos del 4 al 7, que lee de la siguiente manera:
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.
Enumeremos brevemente los muchos temas que este corto texto trata de manera tan condensada. Este pasaje bíblico habla sobre:
La revelación o manifestación de Dios, a quien el ser humano sólo puede conocer si el Señor decide revelarse a la humanidad.
De las cualidades o atributos de Dios, entre los cuales se encuentran la bondad y el amor.
De la salvación por gracia, por medio de la fe en Dios. Los seres humanos alcanzamos salvación por la pura misericordia divina, no por nuestras obras ni por nuestras buenas acciones.
El texto habla sobre el bautismo, al que describe como el “lavamiento de la regeneración”. Es decir, que por medio del bautismo el ser humano es hecho nueva criatura, dejando atrás la vida vieja y los pecados de ayer.
No podemos olvidar la referencia a la obra del Espíritu Santo de Dios, que Jesucristo ha derramado sobre la Iglesia para salvación de toda la humanidad.
El tema de la justificación también se encuentra presenta, recalcando que Dios nos convierte en personas justas de manera gratuita, por pura gracia divina.
Todo esto es una herencia espiritual a la cual las personas que llegan a ser hijas de Dios por medio de la fe pueden aspirar.
Finalmente, el tema de la esperanza también está presente. Lo encontramos como esperanza de vida eterna, de vida perdurable, de vida en un un mundo asediado por las fueras de la muerte.
Conclusión
Todo esto toma un tinte distinto cuando lo leemos durante la temporada navideña. Hoy lo vemos con toda claridad: El nacimiento de Jesús de Nazaret es la plena manifestación de la bondad divina; es la plena revelación de los propósitos salvíficos de Dios para con la humanidad.
Por eso hoy damos gracias a Dios por Cristo: por su nacimiento, por su vida, por sus enseñanzas, por su sacrificio en la cruz y por su obra salvífica a favor de toda la humanidad.
Damos gracias a Dios por Cristo, nuestro Señor. AMÉN
Tema: Por medio del sacrificio de Jesucristo, Dios le ha dado a la iglesia el don de la paz.
Área: Desafío profético
Propósito: Sentar las bases para un llamado a la reconciliación.
Lógica: Inductiva
Clasificación: Temático
Introducción
El mundo del Nuevo Testamento era un mundo multicultural
Ese mundo amenazaba la supervivencia del pueblo judío.
La discordia del Evangelio
El movimiento de Jesús, nacido dentro del seno del judaísmo, fue motivo de discordia y división.
Aún dentro del mismo movimiento cristiano, surgieron dos actitudes contradictorias ante el multiculturalismo.
Algunos afirmaban que todas aquellas personas que aceptaban el Evangelio debían convertirse al judaísmo.
Otros, ejemplificados en la persona del Apóstol Pablo, afirmaban que no era necesario convertirse al judaísmo para ser cristiano.
Esta disputa dividió a la iglesia, como vemos en los Hechos de los Apóstoles 15, en Gálatas 1 y 2, y en Filipenses 3.
El don de la paz
Contra esas divisiones, la epístola a los Efesios afirma la obra reconciliadora de Jesucristo.
Afirma que en Cristo ha derribado la “pared” que dividía a judíos y cristianos.
Afirma que Dios sólo tiene un pueblo, al cual pertenecen los que históricamente habían sido herederos de la promesa y los que antes estaban excluidos.
En resumen, Efesios nos enseña que la paz es un don que Dios le ha dado a la humanidad por medio de la obra de Cristo.
La pregunta que se impone es, si Dios nos ha regalado el don de la paz, ¿por qué la iglesia está tan dividida? La única respuesta posible es que nuestro pecado ha impedido la construcción de la paz.
Conclusión
Nos toca a nosotros, pues, construir la paz.
Siguiendo la forma como el Apóstol Pablo utilizó “el indicativo y el imperativo”, podemos decir lo siguiente: Si Dios nos ha regalado la paz, vivamos en paz.
Más adelante discutiremos en detalle algunas estrategias para construir la paz, pero el primer paso lo debemos dar hoy.
El primer paso es confesar nuestros pecados, pidiendo perdón a aquellas personas que hemos ofendido con nuestras actitudes, hostiles y divisorias. Pidamos perdón, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. ¡Amén!
Tema: Los seres humanos no podemos escapar de la presencia del Dios que nos ama.
Área: Cuidado pastoral
Propósito: Recalcar la grandeza del amor y de la misericordia de Dios
Diseño: Inductivo
Lógica: Inductiva
Introducción
El acompañamiento pastoral a personas en crisis es uno de los aspectos más difíciles del ministerio cristiano. Aunque es un honor ayudar a la gente en sus momentos de dolor, uno se identifica con el sufrimiento y el dolor que están pasando. Lo peor es que en ocasiones uno se siente impotente ante el sufrimiento de los demás.
Puntos a Desarrollar
A. La gente en crisis
Las personas en crisis comparten una serie de características y experiencias. Pasemos a enumerar algunas de estas características.
La negación: Es común que nieguen la realidad, rehusándose a aceptar lo que está ocurriendo.
La culpa: Tienen sentimientos de culpa, pensando que sus crisis son producto de su conducta o de su inacción. En algunas ocasiones. Tienen toda la razón, porque sus acciones pasadas en verdad han causado sus problemas actuales.
La soledad: Quienes sufren piensan que todo el mundo les ha abandonado.
El deseo de escapar: Las personas desean “salir corriendo”; desean huir de la realidad.
B. El silencio de Dios
Cuando usted está en crisis, su dolor no le deja discernir la presencia de Dios en su vida. Por eso, usted siente tanta soledad.
Como parte de la crisis, cada persona tiende a negociar con Dios, ofreciendo votos y haciendo promesas que intentan mover la voluntad de Dios.
Pero esas promesas y votos no funcionan. Por el contrario, nos distraen y nos impiden escuchar la voz divina.
Olvidamos que Dios no busca ni necesita nuestros sacrificios. Por el contrario, Dios es quien envió a Jesucristo, su hijo, para sacrificarse por la salvación de la humanidad.
La persona que se enfrenta al “silencio de Dios” se hunde en su crisis y en su depresión.
C. ¿A dónde me iré de tu Espíritu?
El salmista que entona el Salmo 139 es una persona en crisis. Es una persona que ha intentado escapar de la realidad y de su dolor.
Sin embargo, cuando se detiene a meditar—dejando por un momento su conmiseración y su activismo—puede discernir la presencia de Dios en su vida (vv. 1-6).
La comprensión del conocimiento de Dios le lleva a reconocer el alcance de la presencia divina. Comprende que la presencia de Dios le rodea; que no puede escapar de la presencia de Dios (vv. 7-12).
Dado que Dios nos ama, permítanme indicarle una idea que bien puede transformar su vida: Los seres humanos no podemos escapar la presencia del Dios que nos ama; no podemos escapar del amor de Dios.
No hay acción humana que pueda cancelar el amor de Dios por usted. No hay nada que usted puede hacer para cancelar el amor de Dios por usted.
Conclusión
“¿A dónde me iré de tu Espíritu?” pregunta el salmista. Esa es la pregunta que usted y yo también debemos hacer en esta hora: ¿A dónde ir para escapar de la presencia divina? ¿Dónde escondernos del amor de Dios? ¿Dónde?
La respuesta es sencilla. Usted nunca podrá escapar la presencia del Dios que le ama. No hay nada que usted pueda hacer para cancelar el amor de Dios por usted.
Reconocer la presencia y el amor de Dios es el primer paso para salir de la crisis en la que usted se encuentra. Responda hoy, con amor, al amor de Dios.