Bendito el que viene – Domingo de Ramos – Semana Santa

Servicio de adoración y predicación para el Domingo de Ramos, el primer domingo de la Semana Santa, con un sermón sobre Lucas 19.28-40, por el Dr. Pablo A. Jiménez.

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¿ Quién es Jesús? Esa es la pregunta inescapable. Este domingo en el principio del fin. Hoy comienza la semana final. Hoy Dios viene en Cristo a tu encuentro y su presencia es inescapable.

Pablo A. Jiménez

Manuscrito completo del sermón, para el Domingo de Ramos de la Semana Santa


Rudimentos

Título: Bendito el que viene

Texto: Lucas 19:28-40

Idea Central: En la entrada triunfal, Dios viene a nuestro encuentro en la persona de Jesucristo, propiciando un momento de juicio y decisión.

Área: Evangelización

Propósito: Que la audiencia se sienta emplazada por la iniciativa salvífica de Dios.

Diseño: Narrativo

Lógica: Inductiva


Texto

Para establecer el tono

Hay cosas inevitables; cosas que sabemos que vamos a enfrentar. Lo inevitable por excelencia: La muerte. Aun hay personas que perciben tener una cita con la muerte.

  • Saben que la muerte les coquetea y les ronda.
  • Saben que la muerte tiene una cita con ellas.

Los profetas, en general, se saben condenados por hablar con la verdad, por decir lo que Dios ha puesto en su alma. Así el Dr. Martín Luther King, poco tiempo antes de su asesinato, predicó el sermón titulado “El tambor principal”. En él, Dr. King decía que la lucha por los derechos civiles no debía terminar con su muerte, pues él sólo era el tamborilero principal en la marcha.

En adición a esto, podemos decir que hay lugares, que nos huelen a encuentro; lugares donde sabemos que encontramos algo que transformará nuestras vidas. Para usted, ese lugar puede ser esta Iglesia, en esta hora. Para Jesús, ese lugar fue Jerusalén.

Marco escénico

Los eventos de este día de entrada triunfal , ocurren en Jerusalén, y esto no es casualidad. Para Lucas, Jerusalén es la ciudad de encuentro; el espacio vital y sagrado donde Dios viene a encontrarse en forma definitiva con la humanidad.

  • El Evangelio de Lucas, comienza en Jerusalén, narrando como un ángel del Señor se le aparece a Zacarías en el templo y le indica que su esposa, Elizabet, tendría un niño de nombre Juan (1:5-25).
  • Después de nacer el niño Jesús, sus padres le llevan al Templo en Jerusalén (1:21-38) donde un hombre justo y piadoso llamado Simeón, bendice a Dios al ver la salvación del mundo en la figura de aquel bebé.
  • En Lucas, la última de las tentaciones es aquella donde Jesús es llevado al pináculo del templo y es tentado a echarse abajo (4:9-13).
  • En Lucas 9:51, el texto nos dice que cuando se cumplió el tiempo en que Jesús había de ser recibido por Dios, “afirmó su rostro” para ir a Jerusalén.

Así el cuadro está claro: Jesús tiene una cita con su destino; Jesús tiene una cita con su misión. La hora es ya, y el lugar de encuentro es Jerusalén. En Jesús, Dios mismo viene a visitar a su pueblo, a enfrentarle y a llevarlos a una toma de decisión.

Y ese momento salvífico se está repitiendo otra vez. Es más, se está repitiendo aquí y ahora. Jesús tiene una cita con nosotros; contigo y conmigo, Jesús tiene una cita salvífica, un momento donde su figura imponente y su presencia salvadora nos llaman a un momento de encuentro y decisión. La hora es ya, y el lugar de encuentro es este. En Jesús, Dios mismo viene a visitarnos, a enfrentarnos y a llevarnos a tomar una decisión.

Trama

La historia es viva, dinámica, eficaz y punzante, Jesús va delante de sus discípulos a enfrentar su destino; Jesús va delante subiendo a Jerusalén.

Al llegar al Monte de los Olivos, el Galileo envía dos de sus discípulos en una encomienda extraña:

Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella hallaréis un asno atado en el cual ningún hombre ha montado jamás; desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?” le responderéis así: “Porque el Señor lo necesita.”

Lucas 19:30-31

¿Por que, una encomienda tan extraña? ¿Para que tanto secreteo y tantas instrucciones en privado?

Las palabras de Jesús, no son vanas; sus instrucciones tienen razón y sentido. El pueblo judío, esperaba el cumplimiento de las profecías antiguas, esperaba la venida de un rey pacifico que fuera instrumento de salvación, bienestar y paz en las manos de Dios. Este relato nos deja claro quien es ese Rey.

El Mesías esperado, el que había de venir, el Rey pacifico, cuyo gobierno sería salvífico, no es otro que Jesús de Nazaret. Su cabalgata en un potrito joven y dócil, es señal y confirmación de su ministerio de paz. Su palabra aguda, segura y certera, deja claro que su misión proviene de Dios.

Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?” le responderéis así: “Porque el Señor lo necesita.”

Lucas 19:31

Por lo tanto, la acción de Dios comienza. El momento de Dios visitar a su pueblo ha llegado. El burrito ha sido traído, los discípulos están apostados en el camino, prestos a bendecir el nombre de Dios y el camino está franco.

Este es el momento de encuentro, el Señor monta en su cabalgadura y el camino se hace corto. Los discípulos le reconocen como el enviado de Dios, la multitud grita diciendo: “¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” (19:38).

¿Y nosotros, donde estamos? ¿Donde estas tú, en este cuadro?

  • ¿Es Jesús para ti un hombre más o es el que había de venir?
  • ¿Es Jesús para ti un maestro más o es el salvador de tu vida?
  • ¿Es Jesús para ti otro hombre bueno, o es el rey que llega a transformar tu vida para el Reino de Dios?
Punto Culminante

Jesús recorre el camino a Jerusalén. Y a su paso encuentra dos tipos de personas. Los unos, lo aclaman como enviado de Dios y tienden sus mantos a su paso en señal de reconocimiento y reverencia (19:35-37). Los otros, miran recelosos a la distancia y le piden a Jesús que acalle a sus discípulos (19:38).

De este modo el mundo se divide ante Jesús en dos.

  • Hay discípulos que reconocen su misión y fariseos que reniegan conocerlo.
  • Hay seguidores y hay enemigos.
  • Hay creyentes y hay incrédulos.

Pero todos tienen que tomar postura; todos tienen que tomar una decisión.

¿ Quién es Jesús? Esa es la pregunta inescapable. Este domingo en el principio del fin. Hoy comienza la semana final.

  • Hoy Dios viene en Cristo a tu encuentro y su presencia es inescapable.
  • Hoy es el día de tu visitación, Dios viene a visitarte en Cristo.

Dios viene a propiciar un momento de salvación. Por lo tanto, la pregunta se impone: ¿Quién es Jesús y por qué puede salvarnos?

  • Este Jesús es el Dios hombre. Es Dios mismo hecho uno de nosotros. ¡Por eso puede salvarnos! Porque al compartir nuestra naturaleza, comprende nuestros problemas y nuestras necesidades.
  • Este Jesús es quien demostró claramente, por sus obras, que era el enviado de Dios. Por sus milagros y señales; por sus discursos y palabras vemos que Dios estaba obrando en él.
  • Este Jesús es quien está ahora mismo a tu lado, aunque no puedas comprenderlo; es quien te ha cuidado desde el principio; es quien te ha traído a esta Iglesia en esta hora.

Es evidente, es claro que Jesús es el enviado de Dios. Por eso si los discípulos no lo dicen, las piedras hablarían.

Desenlace

Hoy es el principio del fin, el momento de encuentro, el momento de decisión. Hoy puedes mirar de lejos y criticar la figura del maestro, perdiendo así la oportunidad de vida y paz en Cristo. O bien, puedes tomar tu manto, ponerlo a sus pies y decir: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!” (19.38).

Domingo de Ramos - Semana Santa
Bendito el que viene – Domingo de Ramos – Semana Santa
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GETSEMANI: Momento de Juicio (Marcos 14.32-42)

Un sermón sobre la oración de Jesús en Getsemani, basado en Marcos 14:32-42, apropiado para el Jueves Santo, de la Semana Santa.

Getsemani
Getsemani

Rudimentos

Texto: Marcos 14:32-42

Idea Central: En Getsemaní, nos encontramos con Jesús como el hijo obediente hasta la muerte, muerte de cruz por un pueblo que lo deja en la absoluta soledad.

Área: Desafío profético

Propósito: Que la audiencia se identifique con los discípulos de Jesús.

Diseño: Expositivo, apropiado para el Jueves Santo, de la Semana Santa

Lógica: Inductiva


Media


Manuscrito

Introducción

El jueves es el comienzo del fin. Al salir del “aposento alto ya dispuesto” (Mr. 14:15) donde tomaban la cena, Jesús y sus discípulos se enfrentan a la escena final que comienza y que les lleva al sufrimiento de la cruz.

Difícilmente hubieran podido encontrar un sitio más adecuado. Getsemaní, que significaba “molino de aceite”, era un pequeño jardín de olivos donde Jesús acostumbraba a meditar y que hoy se convierte en el lugar de encuentro con la voluntad de Dios.

Puntos a desarrollar

A. En Getsemaní, encontramos al Jesús-Hombre que se enfrenta a la exigencia terrible de Dios.

  1. Al llegar al jardín, el Señor divide a sus discípulos en dos grupos. Por un lado están Pedro, Juan y Jacobo, quienes siempre le acompañaban en los momentos más difíciles, y les insta a orar. Por otro, están el resto de los discípulos.
  2. En esos momentos Jesús hace una revelación que nos parece extraña: Jesús está angustiado y tiene miedo. El Señor se enfrenta—en su carácter de “Dios-ser humano”—con la realidad del futuro. Le espera una muerte terrible a manos de un grupo religioso dispuesto a romper su ley, por prenderle, y de un gobierno impersonal e injusto. Jesús se enfrenta a las consecuencias de su mensaje: Ha predicado la vida y el mundo le depara la muerte.
  3. Esta revelación de la angustia de Jesús debe parecernos extraña. Por lo regular, la historia celebra a aquellas personas que enfrentan la muerte en forma heroica o estoica, es decir, sin mostrar dolor o angustia. La historia recuerda a Sócrates por tomar la cicuta y morir plácidamente, sin mostrar sentimiento alguno. Pero ese no es el caso de Jesús.
  4. Tampoco tenemos en Jesús al místico para quien el cuerpo no importa porque lo importante es lo “espiritual”. El Señor no es un “gurú” que vive en el mundo como si la creación fuera la cárcel del alma.
  5. Mucho menos encontramos en Jesús la actitud de algunos “super espirituales” que se han metido en la Iglesia de Cristo y que ven a todo aquel que sufre, que llora y que está triste como un creyente de segunda categoría, que está enfermo porque no tiene suficiente fe.
  6. No, Jesús no se encuentra en ninguna de estas categorías. Jesús sufre porque es verdadero hombre, porque su humanidad no es un juego. El Señor se enfrenta a una muerte cruel e injusta que le obliga a dejar atrás la compañía y el amor de sus amigos. Jesús sufre porque es hombre, porque es siervo de Dios y porque el ministerio que Dios da en el mundo no evita el sufrimiento, sino que nos lleva a través del valle de la sombra de la muerte (Sal. 23:3).
  7. La humanidad de Cristo es sumamente importante para nosotros, porque no tenemos en él a un “Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hebreos 4:15).

B. En Getsemaní encontramos a Jesús-siervo el que está dispuesto a obedecer al Padre hasta la muerte.

  1. Ahora bien este siervo que sufre es uno que tiene una relación especial con su amo. Este “siervo” no es esclavo, es hijo. Es uno que tiene una relación más profunda de la que ha tenido ningún otro con Dios. El Siervo que sufre es el Mesías, el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Santo de Israel.
  2. Jesús es el único personaje en la historia de Israel que llamó a Dios “Padre” en forma personal. La palabra “abba ” es una expresión del lenguaje arameo, que era utilizada solamente por los niños pequeños para dirigirse a su padre. En este sentido, Jesús hace lo que sería la herejía frente a los fariseos de su época. Jesús llama a Dios “papa” o “papito”, algo que no había hecho ningún otro personaje en la historia de Israel, donde Dios aparece como el Padre del pueblo en su totalidad.
  3. Es este hombre con una relación especial con Dios el que se enfrenta con la copa amarga. Copa que no era otra cosa que el destino que Dios le tenía deparado para el futuro. Esto es importante, no es un destino preparado por los hombres, por las instituciones o poderes de su época. Nadie le quita la vida a Jesús, él la da voluntariamente (Jn. 10:18). La muerte de Jesús no es una muerte forzada por el pecado, sino que es instrumento de Dios en la revelación su justicia.
  4. En este sentido, es importante el uso de la palabra “copa” y de la frase “la hora señalada”. Los judíos utilizaban estas frases para hablar del tiempo futuro, en el cual el Reino de Dios se haría una realidad para todo el pueblo. Con la palabra “copa” se hablaba del momento en que la salvación llegaría a todo el mundo, en la manifestación del momento de Dios.
  5. En este sentido, vemos claro el motivo de la obediencia del Hijo. Jesús obedecía la exigencia de Dios porque su muerte sería instrumento, camino, puente por el cual llegaría la manifestación poderosa del Reino de Dios para todo el mundo. Su muerte—el tomar la “copa”—marcaría “la hora señalada” por la cual Dios llegaría a la humanidad y todo creyente recibiría el “Espíritu de Adopción” que le capacitaría para decir “abba, Padre” (Ro. 8:15; Gal. 4:16).

C. En Getsemaní vemos a Jesús dispuesto a sufrir por el pueblo pecador que lo deja solo.

  1. En este momento, hemos llegado al punto de preguntar cuál fue el significado para los discípulos de aquella noche de oración. Si para Jesús el jardín de oración es angustia y obediencia, debemos preguntarnos que significó el Monte de los Olivos para aquellos que acompañaban al Señor en aquella noche crucial. Este es el momento de ver qué significa Getsemaní para los discípulos del Señor.
  2. Getsemaní es lugar de llamado, de vocación y de comisión. El monte es el lugar escogido por Dios para asignar a los discípulos una tarea especial: Getsemaní es llamado divino a velar en oración. Velar no solo en el sentido de “romper una noche” sino, de vigilar y estar atento a la voluntad que Dios que nos revela. De este modo, el “velad” que les ordena el Maestro a sus discípulos transciende el tiempo y se convierte en un mandato a seguir la voluntad de Dios en forma inquebrantable.
  3. Pero si bien, por un lado, Getsemaní es lugar de llamado y comisión, por otro, el monte es también lugar de flaqueza. Flaqueza que se expresa en el sueño, en la dejadez, y en la ceguera ante la llegada de los acontecimientos que se temían. La “debilidad” de los discípulos consiste en no tener la sabiduría de Dios y el discernimiento para leer en los signos de los tiempos que el mal estaba a la mano, dispuesto a destruir a su Maestro. La “debilidad de la carne” no consiste sólo en el cansancio físico sino que nos habla principalmente de la condición humana; del pecador que se resiste a hacer la voluntad divina y que siembre busca su propia comodidad.
  4. Es precisamente esa debilidad la que nos lleva al fracaso. Fracaso de no poder velar una hora; fracaso de resistir el Espíritu de Dios—el cual está siempre dispuesto—y seguir la pereza; fracaso de dejar solo al Maestro en la lucha; fracaso de no poder resistir a los pecadores que se llevan a nuestro Señor; fracaso que nos lleva a salir corriendo desnudos (Mr. 14:52) y a negar a nuestro Señor (Mr. 14:66-72).
  5. Getsemaní es el lugar donde todos abandonamos a Jesús—donde todos le fallamos—y le dejamos absolutamente solo, luchando contra el pecado por nosotros.
Conclusión

Como Iglesia, el Señor que se da por nosotros nos llama a velar en oración por un mundo que se pierde. Somos con quien único el Señor cuenta a su lado en esta lucha contra los elementos del mundo. Pudiera usar ángeles, legiones de ángeles, con sólo una palabra suya. Empero, nos ha escogido como mensajeros suyos. El Señor cuenta con nosotros. Sin embargo, hoy le hemos fallado; le hemos dejado solo: “Ahora ya podéis dormir y descansar, Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores” (v. 41).

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Getsemaní
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¿Quién mató a Jesús? Una meditación para la Semana Santa

Una meditación para la Semana Santa, enfocada en la muerte de Jesús, por el Dr. Pablo A. Jiménez.

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Semana Santa
¿Quién mató a Jesús?

El debate sobre quién mató a Jesús nos obliga a considerar cuestiones políticas y étnico-raciales, no solo cuestiones teológicas. El hecho es que durante siglos el cristianismo culpó al pueblo judío por matar a Dios en Cristo. Los judíos fueron acusados ​​de «deicidio», vocablo que significa «matar a un dios». Esta falsa acusación legitimó la persecución y el genocidio del pueblo judío. Fue simplemente una estratagema malvada para justificar actitudes racistas contra todo un grupo étnico. Como comunidad cristiana, debemos arrepentirnos de nuestra herencia racista y rechazar cualquier nuevo intento de legitimar la intolerancia contra los judíos.

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Habiendo dicho esto, la pregunta persiste: ¿Quién mató a Jesús? En cierto sentido, la respuesta es simple: Jesús de Nazaret fue asesinado por oficiales del Imperio Romano, porque lo vieron como una amenaza para la estabilidad política de Judea. En particular, las fuerzas de seguridad romanas decidieron asesinar a Jesús por tres razones, que lo convirtieron en un hombre marcado:

  • Su predicación del Reino de Dios (véase Marcos 1.14-15, Mateo 4.12-17 & Lucas 4.1-13).
  • Su acto profético de dirigir un desfile de personas que lo aclamaban como el «Hijo de David» y, por lo tanto, como heredero al trono de Judea (Marcos 11.1-11, Mateo 21.1-11, Lucas 19.28-40 & Juan 12.12-19).
  • Y, finalmente, por el alboroto que provocó en el Templo, donde prácticamente lideró un motín, cuando condenó la explotación económica de quienes iban al Templo de Jerusalén para presentar ofrendas y sacrificios. (Marcos 11.15-19, Mateo 21.12-17 & Lucas 19.45-48, compárelo con Juan 2.13-22).

En fin, ¿quienes mataron a Jesús? A Jesús lo mataron oficiales extranjeros de un ejército extranjero de ocupación que servía a un rey extranjero. 

Sin embargo, no podemos entender de manera cabal la ejecución de Jesús aparte de ese fenómeno político llamado «colonialismo». Este es el sistema político y económico por medio del cual un estado extranjero domina y explota a un estado más débil. Como cualquiera que haya vivido en una colonia puede testificar, las colonias están gobernadas por dos grupos de personas: Los representantes de la potencia extranjera (generalmente oficiales políticos, financieros y militares); y personas locales que apoyan a los invasores extranjeros. Algunos de estos líderes locales apoyan a los invasores porque los ven como liberadores que traerán progreso y prosperidad. Sin embargo, muchos de los líderes locales que colaboran con las potencias extranjeras lo hacen simplemente porque se lucran de la invasión. Su «oficio» es ser los mediadores entre el imperio y la colonia. Si están en el poder, es porque son los portavoces de los extranjeros.

Durante el primer siglo de la Era Cristiana, Judea era una colonia de Roma. Por lo tanto, Jesús fue asesinado por oficiales judíos que servían a los romanos; por oficiales romanos que consideraban que «solo estaban haciendo su trabajo» y por un Imperio asesino que buscaba mantener la  hegemonía sobre una tierra extranjera.

Para decirlo con mayor claridad, Jesús fue asesinado por un sistema político colonialista y racista, que decidió eliminarlo por considerarlo como una amenaza a su hegemonía política, financiera y militar.

A la distancia, es fácil juzgar a quienes participaron en el asesinato de Jesús. La claridad que nos dan los casi dos milenios que han pasado desde su ejecución, nos permitan ver que los enemigos de Jesús de Nazaret tomaron la decisión equivocada.

Lo difícil es ver que usted y yo estamos en una situación similar a la del pueblo judío en el primer siglo de la Era Cristiana. Al igual que ayer, hoy todo ser humano tiene que escoger a quién ha de servir: Al único y verdadero Dios o a los imperios de este mundo. El dilema es claro: Podemos servir al Dios de la Vida o podemos servir a las fuerzas del mal, del pecado y de la muerte. Quienes escogemos servir al Dios revelado en Jesucristo debemos estar preparados para sufrir por la causa del Evangelio. Empero, quienes escojan servir a las fuerzas del mal, seguirán matando gente en nombre de los imperios de este mundo. De forma metafórica, podemos decir que seguirán crucificando a Jesús, quien se solidariza con todas las víctimas de la violencia, del pecado y del mal.

El llamado de Dios es claro:

Hoy pongo a los cielos y a la tierra por testigos contra ustedes, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan; y para que ames al Señor tu Dios, y atiendas a su voz, y lo sigas, pues él es para ti vida y prolongación de tus días.

Deuteronomio 30.19-20a (RVC)

¡Escojamos, pues, la Vida, en el nombre del Señor Jesucristo. AMÉN!

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A puerta cerrada (Juan 20.19-23)

Un sermón para el Domingo de Pascua de Resurrección, de la Semana Santa, basado en Juan 21, escrito por el Dr. Pablo A. Jimenez.

Rudimentos

Texto: Juan 20:19-22

Idea Central: Cristo nos llama a participar activamente en la misión de alcanzar el mundo con el mensaje del evangelio.

Área: Desafío profético

Propósito: Exhortar a la audiencia a abrazar la misión cristiana.

Tipo: Expositivo

Lógica: Inductiva


Media

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Manuscrito

Introducción

Hace un tiempo atrás, cuando dirigía el Instituto Bíblico de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico, el Pastor General de la denominación me asignó la tarea de escribir material de escuela bíblica dominical para nuevos creyentes. Esa tarea fue muy difícil para mi, tanto que me vi obligado a investigar el tema con cierto detalle. Aparte de leer varios manuales para nuevos creyentes, hablé con muchas personas que apenas comenzaban en la fe. En uno de esos diálogos, un hombre de mediana edad me preguntó por qué la Biblia tenía cuatro evangelios en lugar de uno. Él no entendía por qué el Nuevo Testamento (NT) narra la historia de Jesús desde cuatro perspectivas distintas.

La pregunta de este hermano es sumamente importante para la cristiandad. La existencia de cuatro versiones de la vida de Jesús crea serios problemas. Por ejemplo:

1. Hay algunas diferencias o discrepancias entre las versiones de algunas historias que aparecen en varios de dos evangelios o más. Tomemos el caso de la infancia de Jesús. Mateo no menciona la visita de los magos y Lucas no menciona el viaje de la sagrada familia a Egipto. 

2. El otro problema está relacionado a la figura de Jesús. En Mateo y en Juan, Jesús pronuncia largos discursos en varias ocasiones. En Lucas y en Marcos, hay menos discursos y, los que hay, son más cortos. Mateo presenta a Jesús como un maestro de la ley; Marcos como un hacedor de milagros; Lucas como un filósofo que iba de sitio en sitio; y Juan como un predicador de sabiduría. ¿Cuál es, pues, la imagen correcta?

La Iglesia Antigua trató de solucionar el problema compilando los cuatro evangelios en un solo documento llamado “Armonía de los cuatro evangelios”. De hecho, esta tradición sigue hasta el día de hoy, como puede comprobar cualquier persona que visite una librería religiosa bien surtida. Sin embargo, la inmensa mayoría de los creyentes preferimos usar los evangelios tal y como están en el NT. La pregunta que se impone una vez más es, ¿por qué?

Perspectivas

La iglesia decidió incluir los cuatro evangelios en el NT precisamente porque son distintos. En su sabiduría, el liderazgo de la Iglesia Antigua reconoció que los seres humanos estamos condicionados por nuestras propias perspectivas. Cada cuál “lee” la realidad desde un punto de vista distinto, y por eso la entiende de manera diferente.

Se cuenta que en una ocasión un elefante visitó el país de los ciegos. Como no podían verlo, los ciegos le pidieron al elefante que les permitiera tocarlo. El elefante accedió gustoso, pero pronto tuvo que continuar su viaje. Ido el animal, los ciegos se reunieron a discutir cómo eran los elefantes. Unos dijeron que un elefante es como una pared; otros lo compararon con una serpiente; y aún otros afirmaron que era como el tronco de un árbol. Cada cual habló desde su propia experiencia y, por eso, cada tenía un pedacito de la razón.

Queda claro, pues, que cada ser humano aprende de manera distinta. Nuestra habilidad para percibir está condicionada por nuestra cultura, por el momento histórico en el cual vivimos y por nuestro propio temperamento. Pero, quizás más importante que todos estos elementos, nuestra habilidad para aprender está condicionada por nuestras propias experiencias.

En parte, esto explica por qué los discípulos y las discípulas de Jesús reaccionaron de maneras tan distintas al milagro de la resurrección. El capítulo 20 del Evangelio según San Juan describe variadas respuestas a la tumba vacía.

1. La mayor parte de las mujeres que fueron al sepulcro el domingo en la mañana reaccionaron con fe. La tumba vacía trajo a su memoria las muchas enseñanzas de Jesús sobre su propia muerte. Aun llenas de temor y gozo, las mujeres corrieron a compartir la buena noticia de la resurrección , piedra angular del mensaje evangélico hasta el día de hoy.

2. Pedro y Juan corrieron al sepulcro. Juan se quedó fuera, quizás para no contaminarse. Pero Pedro entró a la tumba y rebuscó la mortaja que una vez encerró a Jesús. 

3. Por su parte, María Magdalena reacciona con dolor ante la tumba vacía. Para ella, el sepulcro abierto evidencia que se ha cometido un grave crimen. Está segura de que alguien ha robado el cuerpo de Jesús para desacrarlo. El dolor que la invade es tan grande que no le permite reconocer al Cristo Resucitado que viene a su encuentro. ¡El dolor no la deja! Por eso, confunde a Jesús con el jardinero que estaba a cargo de la huerta y le acusa de desacrar la tumba. No es hasta que Jesús grita su nombre que María la de Magdala lo reconoce. Entiendan bien, aún estando ante la visión del Cristo Resucitado, María no pudo reconocerlo por sí misma.

4. Finalmente, el resto de los discípulos se resistían a creer el testimonio de las mujeres. También tomaron con un grano de sal el testimonio de Pedro y de Juan. Al final de cuentas, ellos no habían tenido visión alguna. Hasta ese punto, la visión del Cristo resucitado era una realidad para las mujeres y para los dos discípulos más atrevidos. Sin embargo, la visión todavía no se había hecho una realidad en las vidas del resto de los discípulos.

A puerta cerrada

La Biblia nos indica que los discípulos se encontraban aún encerrados y escondidos tres días después del asesinato de Jesús. Temían ser arrestados y asesinados; temían sufrir la misma suerte de su maestro.

Es precisamente cuando estaban a puerta cerrada que el Cristo resucitado se les aparece en visión. Jesús sabía que el testimonio de las mujeres no sería suficiente. El sabía que sus discípulos necesitaban tener una experiencia personal con lo divino para ser transformados.

Lo que es más, Jesús sabía que la cultura y la historia conspiraban contra la fe en el milagro de la resurrección. Después de todo, la cultura judía menospreciaba el testimonio de las mujeres y la historia indicaba que él había muerto pocos días atrás. Por todas estas razones, el antes crucificado aparece ahora resucitado para llevar a sus amados discípulos al camino de la fe.

Lo sorprendente es que Jesús no les recrimina ni su cobardía ni su poca fe. Y comprendan que bien pudo hacerlo. Después de todo, los discípulos y las discípulas que se atrevieron ir hasta la tumba vacía tuvieron sus respectivas visiones a la luz del sol. Ellos muy bien pudieran haber salido de su encierro para encontrarse con el Resucitado.

Pero ese no fue el caso. Estaban encerrados; paralizados por el miedo; y convencidos de su propia debilidad. Demos pues, gracias a Dios porque el Resucitado venció todo obstáculo para poder llegar a sus discípulos incrédulos con el mensaje liberador del evangelio.

En esta hora, debemos preguntarnos a nosotros mismos cuál es nuestro lugar en esta historia. Es decir, debemos preguntarnos con cuál personaje nos identificamos; cual de ellos o de ellas nos representa.

Esta pregunta es importante porque Dios continúa hablándole a la humanidad, revelando el mensaje liberador del Evangelio de Jesucristo. Sí, mis buenos hermanos y mis buenas hermanas, Dios continúa revelando su carácter y su santa voluntad a la humanidad. El Cristo Resucitado está presente en nuestro mundo, por medio del poder del Espíritu Santo, transformando vidas torcidas y sanando corazones rotos.

El Cristo Resucitado está presente en nuestro mundo, por medio del poder del Espíritu Santo, transformando vidas torcidas y sanando corazones rotos.

Y si Dios sigue hablando a la humanidad, también sigue hablando al liderazgo de su iglesia cristiana. Para aquellos que se atreven a caminar hasta la tumba vacía–rodeada por los militares que defienden los intereses de este mundo–la visión es clara. Dios llama a su iglesia a:

  • Sanar
  • Bendecir
  • Ayudar
  • Transformar
  • Encarnar el carácter de Dios ante nuestro mundo

Sí, algunos entre nosotros tienen el mismo celo misionero de las discípulas, de la Magdalena, de Pedro y de Juan. Sin embargo, debemos reconocer que la mayor parte de nosotros, al igual que el resto de los discípulos, estamos encerrados por nuestros propios temores. Nos han enseñado

  • Que no tenemos la inteligencia
  • Que no tenemos la habilidad
  • Que no tenemos los recursos financieros
  • en fin, que no podemos

Por eso es fácil encerrarse; quedarse a puerta cerrada; atemorizados ante la inmensa tarea que tenemos por delante. 

Pero hoy Dios nos llama a echar fuera todo temor. El Cristo Resucitado atraviesa las puertas que nos aíslan y nos separan. Jesús se hace presente aún en medio del dolor, del temor, y del sufrimiento, diciendo: “Paz”.

Vea otros sermones para el Domingo de Resurrección y la Semana Santa

 

Al partir el pan – Un sermón para Resurrección

Un sermón para el Domingo de Pascua de Resurrección, basado en  Lucas 24:28-35, escrito por el Dr. Pablo A. Jiménez.

Rudimentos del Sermón

Texto: Lucas 24:28-35

Idea Central: El experimentar la presencia efectiva del crucificado lleva a los discípulos a concluir que Jesús de Nazaret había sido resucitado por Dios, creando así la Iglesia.

Área: Evangelización

Propósito: Confrontar a la audiencia con el mensaje de la Resurrección.

Diseño: Doctrinal (Preferiblemente para ser usado en la Semana Santa)

Lógica: Inductiva

Manuscrito del Sermón
Introducción

El domingo es el día de la victoria. Después de una espera callada a la sombra de la derrota, del miedo y las esperanzas rotas, los discípulos experimentan una realidad que no pueden creer: La presencia del crucificado.

Puntos a desarrollar

A. La experiencia de ver al crucificado lleva a los discípulos a concluir que Dios había resucitado a Jesús de Nazaret de entre los muertos.

1. El domingo era otro día sin esperanzas. La mañana sorprendería a los discípulos escondidos, llenos de miedo, esperando que la gente olvidara los eventos del viernes para volver derrotados cada uno a su hogar. El nuevo día despierta a unas autoridades político-religiosas que dormían plácidamente creyendo que la muerte del Galileo sería el fin de su movimiento. Quizás quedaba en alguno algún tipo de remordimiento o temor. De hecho, la tradición dice que Herodes se ahorcó cuando años después llegó a ser gobernador de Austria. Empero, la desaparición de Jesús de Nazaret indudablemente tenía un sentido de paz personal y de victoria a sus enemigos. En este sentido, el domingo se levanta como otro día sin sentido, ya que la esperanza había muerto en la cruz del calvario.

2. Es por esto que la noticia que se esparce como el fuego es difícil de creer. El rumor de que Jesús esta vivo es lo que se desea, pero lo que no se puede creer. Lo podrán creer las mujeres que fueron a ungir el cuerpo con perfume, pero los discípulos no lo creyeron. La muerte de Jesús era definitiva; los muertos no resucitaran hasta el día postrero: Jesús se llevó con él a la tumba la esperanza de vida y redención.

3. Vemos claro este cuadro en el relato de viaje de los dos discípulos a Emaús. El evangelista nos cuenta que “el primer día de la semana” que es decir, el domingo, las mujeres vieron a “dos hombres en vestidos resplandecientes” y corrieron adonde se hallaban ocultos los discípulos para decirles que habían hallado la tumba vacía. También Pedro había visto la tumba vacía. Pero estos dos discípulos, según el relato de Lucas, confundidos por las noticias caminaban a un pueblito a unos once kilómetros de Jerusalén.

4. Es en este momento en el que se aparece el crucificado en medio de ellos. Jesús los encuentra caminando entristecidos y les conforta, demostrándoles por medio de las Sagradas Escrituras que era necesario que el ungido de Dios padeciera “y entrara así en su Gloria”. Finalmente, los discípulos le piden al personaje que pose con ellos y compartiendo la mesa con él le reconocen como el Señor. Entonces, al desaparecer Jesús, corren a Jerusalén para compartir con los discípulos la expresión más antigua del mensaje cristiano: “El Señor resucitó y se le apareció a Pedro” (Lc. 24:34).

5. En este momento debemos entender que los discípulos se vieron invadidos por la poderosa presencia del crucificado. Si bien, por un lado, nadie había visto a Jesús resucitar de entre los muertos, por otro lado era indudable que Jesús se estaba apareciendo a sus discípulos. En una palabra, el Crucificado seguía experimentándose como vivo entre sus discípulos. Es esta presencia eficaz del Crucificado entre sus discípulos la que les lleva a concluir, a aceptar la idea, de que Jesús de Nazaret había sido resucitado por Dios mediante el poder de su Espíritu Santo. Son estas apariciones de Jesús a Céfas (Pedro), a los doce, a más de quinientos personas a la vez, a Santiago y más tarde a todos los apóstoles (véase I Co. 15:5-8) el elemento que saca a los discípulos de sus escondites y les convierte en “testigos de la resurrección” (Hch. 1:22; 2:32).

B. La certeza de que Jesús había sido resucitado implica un nuevo entendimiento del evento de la cruz y de la persona de Jesús.

1. Ahora bien, debemos tener presente que la idea de que Jesús ha sido resucitado tiene implicaciones prácticas para la fe. Si los discípulos pierden el temor y salen a hablarle al mundo, es porque la interpretación de que Jesús ha sido resucitado de entre los muertos provocó un nuevo entendimiento de la muerte del Maestro en la cruz del calvario. Por medio de la fe, la cruz pierde su sentido trágico y final. Si Jesús resucitó es porque la muerte no le retuvo, porque el sepulcro no pudo mantenerlo cautivo. Vista desde la fe, la cruz ya no sólo significa un juicio injusto y una condena indebida: Vista desde la fe, la cruz también marca el momento de nuestra salvación.

2. La cruz es el evento por medio del cual Dios entra en el mundo a buscar al ser humano perdido. La cruz es un grito que señala nuestro pecado, pero que también señala la voluntad salvífica de Dios. En la cruz vemos la condición del ser humano. La humanidad cree que la salvación puede ser alcanzada por las obras de la ley, por el esfuerzo personal o, en una palabra, por la “religión”. Una religión de obras que en su esfuerzo de llegar a Dios se encuentra de frente con Dios asesina al Mesías enviado a salvarnos. En este sentido, la cruz nos enseña que el esfuerzo personal es inútil; que el deseo de lograr la salvación a fallado; que es imposible para el ser humano lograr la salvación por sí mismo. Pero si bien, por un lado, la cruz le grita al mundo que la religión de la Ley no es camino, por otro lado, nos revela que Dios, ha venido a buscar a la humanidad que se pierde; que Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo (II Co. 5: ).

3. Por eso es que ahora vemos la cruz como un encuentro salvífico, como el evento por medio del cual se alcanza la salvación. Si ahora celebramos la Semana Santa, si guardamos el día viernes de la semana mayor con actitud de recogimiento espiritual, es porque vemos en el hecho de la muerte de Jesús el sendero, la puerta y el puente que nos lleva a Dios. Este nuevo entendimiento de la cruz cambia la muerte en vida; la maldición en bendición; la condena en libertad. En la cruz, Dios revela su justicia, esto es, su deseo de relacionarse con nosotros. Su deseo de que la pared que levanta el pecado entre Dios y el ser humano se caiga, de modo que todos podamos decir en unión al apóstol: “Justificados, pues por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1).

4. Pero debemos dar todavía un paso más; el paso que nos da la clave para ver en la cruz el camino de salvación. Si creemos que Jesús de Nazaret fue levantado de entre los muertos “como dice la escritura” (I Co. 15:4) ya no podemos ver en él un joven carpintero de Galileo, un predicador de itinerante, un taumaturgo, un revolucionario, un místico religioso o un filósofo. Desde la fe no podemos ver en Jesús un hombre muerto injustamente, y nada más. Visto por medio de la fe, aún los títulos “Rabí”, “Maestro” y “Maestro bueno” son insuficientes. La fe del domingo de Pascua no acepta la sola humanidad de Jesús.

5. Cuando Jesús de Nazaret es visto por la fe y desde la fe, tenemos que confesar que aquel que se levanta victorioso de la muerte es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn I:29). Aceptar la resurrección de Jesús como un hecho indudable es entender “que Dios ha constituido Señor y Cristo a este a quien vosotros habéis crucificado (Hch. 2:36). El Jesús que se ve desde la fe es Jesús el Cristo, declarado hijo de Dios con poder. Es el Señor y salvador del mundo. Es Señor porque es amo, porque es Rey, porque es el único digno (Ap. 5:9,12) de recibir poder, honor, gloria y alabanza. En una palabra. aceptar el hecho de la resurrección tiene como consecuencia práctica aceptar a Jesús el Cristo como dueño y Señor de nuestras vidas.

C. La presencia del Jesús crucificado, ahora entendido como Señor resucitado, se manifiesta en forma efectiva en la comunidad de fe que Dios ha apartado para si.

1. En el camino a Emaús encontramos a dos desanimados discípulos que van lamentando la muerte de su Maestro. Pero al final de la narrativa, encontramos a los dudosos convertidos en testigos de la resurrección. Testigos a quienes no les importó correr 11 kilómetros de vuelta a Jerusalén para dar testimonio de su fe. Ahora bien, ¿qué les paso a los discípulos en su trayecto a Emaús? ¿Qué provocó semejante cambio? ¿Acaso fue el encuentro con el resucitado? ¿Donde ocurrió ese encuentro con el Crucificado? Y si ocurrió ese encuentro, ¿qué provocó el cambio? 

2. El encuentro con el crucificado ocurre en el camino. Es un encuentro que les da ánimo a los entristecidos discípulos, que les abre las Escrituras y les quema el corazón. Los caminantes viajan con Cristo, y eso los llena de una presencia gloriosa, pero aún eso no es suficiente. No es hasta que los discípulos reconocen en el caminante al Crucificado que se renuevan sus entendimientos y que alcanzan por la fe el conocimiento de Jesús como Señor. No es hasta que se reconoce la resurrección del Crucificado que hay conversión, que se cambia nuestra mente, que se renueva nuestro entendimiento (Ro. 12:1). No es hasta que confesamos con nuestros labios la fe en el Señor resucitado que somos salvos, o como dijera el Apóstol Pablo: “Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos serás salvo” (Ro. 10:9).

3. Del mismo modo, muchos de nosotros caminamos con nuestro Señor, somos consolados por él, somos fortalecidos y bendecidos con su presencia. Empero, no le reconocemos como Señor y dador de vida. Hermanos, es necesario algo más que llamarse “discípulo” como lo hacían los caminantes a Emaús.

  • Es necesario tener un encuentro glorioso con el Jesús crucificado, con el Cristo resucitado.
  • Es necesario que tengas un encuentro con aquel que dio su vida por ti.

Es momento de que habrás tus ojos y te entregues a los pies del maestro. Ahora bien, ¿donde podemos encontrarle para entregarnos a él?.

4. Para esto sugiero que contestemos primero dónde los discípulos encontraron al Señor resucitado. Los discípulos no vieron a su Señor en el camino, o mejor dicho, los discípulos no le reconocieron en el camino al poblado. A Jesús no se le reconoce en el camino. Al Nazareno no se le puede ver como Señor y Salvador en la calle. Al Señor crucificado se le encuentra en un acto especifico, en un compartir, en una comunidad. Los discípulos de Emaús encuentran al Señor crucificado en la comunidad de mesa, al compartir la cena, en el partimiento del pan. Las palabras que emplea Lucas para describir la acción de Jesús nos recuerdan la institución de la cena como acto memorial (Lc. 24:30), diciéndonos de este modo que la presencia de Jesús Cristo está en forma efectiva en el acto de la comunión.

5. Eso tiene implicaciones muy importante para nosotros, en especial porque la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) es la única denominación evangélica que toma la cena del Señor todos los domingos. El hecho de que el Señor Resucitado esté en el memorial de la cena nos convierte en la comunidad donde se encuentra el Espíritu de Cristo. La resurrección del Señor nos convierte en Iglesia, esto es, en la comunidad que Dios apartó del mundo para andar en comunión con él. De este modo la Iglesia se convierte en el cuerpo de Cristo, en la encarnación de Dios para un mundo necesitado, en un cuerpo de personas diferentes que están unidas por la experiencia de haberse encontrado con el Señor Resucitado, por medio del Espíritu de Cristo, O como dijera el Apóstol Pablo: “Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo, porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, tanto judíos como griegos, tanto esclavos como libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (I Co. 12: 12-13).

Conclusión

El día de Pascua de Resurrección es día de victoria, es el día en que Jesús vence la muerte para darnos la vida. El Domingo de Resurrección es un día para renovar nuestras mentes, viendo la salvación que recibimos en la cruz por medio de la muerte del Señor en el Calvario. Pero, sobre todas las cosas, el Domingo de Pascua de Resurrección es día de encuentro. Es día de encontrarse con el Señor que ha viajado toda la vida con nosotros, consolándonos y enseñándonos en el camino. Hoy es el día de abrir los ojos para ver la presencia efectiva de Jesús en medio nuestro. Hoy es día de abrir el corazón, dándole cabida en él al Señor resucitado para recibir la vida que él nos da por su muerte.

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La locura de la cruz – Un sermón para la Semana Santa

Un sermón apropiado para la Semana Santa, basado en 1 Corintios 1.21-25, por el Dr. Pablo A. Jiménez.

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Manuscrito del sermón, para el Viernes de la Semana Santa

Rudimentos

Texto: I Corintios 1:21-25

Tema: La cruz es el evento escatológico por medio del cual se invierten todos los criterios y se revela la justicia de Dios.

Área: Educación Cristiana

Propósito: Llevar la congregación a considerar el alcance de la muerte de Jesús.

Diseño: Sermón Doctrinal (Sermón para el Viernes Santo)

Lógica: Inductiva

Texto

I. Introducción

El viernes, es el día de la cruz. Desde que el Señor quedó solo en el jardín de Getsemaní a manos de una tumba furiosa de “pecadores” se conocía el destino del Maestro: Jesús se dirige irremediablemente al sufrimiento y a la muerte. El Señor se dirige solo a enfrentar las consecuencias de su mensaje.

II. Puntos a desarrollar

A. Los alcances de la muerte de Cristo sólo pueden conocerse a la luz de la experiencia de Pascua.

1. Es por esta razón que debemos preguntarnos que hacemos aquí esta mañana, que conmemoramos en este día llamado santo. Y si formulo la pregunta es porque un repaso del orden de los eventos de aquel viernes de pascua nos deja poco que celebrar. El día en que murió el Señor, fue un día oscuro, fue un día de vergüenza, digno de borrarse de todos los libros de historia. Solo basta que nos preguntemos: ¿Que paso aquel día santo en Jerusalén? El evento principal fue un juicio viciado y una muerte injusta. En eso no hay gloria. La muerte en la cruz era la forma más vergonzosa de morir que había en el mundo antiguo. Nunca se utilizaba para ejecutar a un ciudadano, por el contrario, solo se utilizaba para esclavos, extranjeros y sediciosos. La cruz se levantaba por dos razones: a) maldición y b) vergüenza. El condenado, estaba maldito, por eso no toca la tierra, para no mancharla- y se cuelga en un lugar alto para que todo el mundo vea como el “criminal” se asfixiaba cuando el peso de su caja torácica hacía presión contra los pulmones y no le dejaba respirar. Entonces pregunto, ¿conmemoramos eso, la muerte injusta de un ciudadano de segunda clase por sedición y blasfemia, en una pequeña provincia de Roma en el primer siglo?

2. O por el contrario conmemoramos la cobardía de unos discípulos que huyen ante la necesidad del Maestro, y se esconden para no sufrir con él. O acaso celebramos la victoria de los partidos extremistas del judaísmo, los cuales pudieron mandar a matar a Jesús cuando el derecho romano se lo prohibía. En este punto permítanme preguntar otra vez ¿que celebramos, en un día de vergüenza como este; un día que según los criterios del mundo no tiene nada de especial o sagrado.

3. Permítanme contestar la pregunta adelantándome un poco en la semana. La Iglesia no celebra en ese mismo el día del viernes de la semana mayor, sino que la Iglesia celebra la Semana Santa, alrededor de la experiencia de Pascua que tuvieron los discípulos a raíz de los eventos en Jerusalén. Hablando más claro, si celebramos hoy el día santo, es porque lo vemos a la luz de la resurrección.

4. Debemos comprender que los discípulos del Señor no entendieron la muerte de Jesús como una victoria. Ellos vieron en su muerte la derrota, el fin de todo. Al morir Jesús muere con él la esperanza del Reino. Al morir Jesús todo acaba y lo único que resta es esconderse en lo que se calma el ambiente en Jerusalén y podemos volver a casa. Pero debe quedar claro en nuestras mentes, que para los discípulos no había futuro; ellos no tenían esperanza. Y es precisamente eso lo que sorprende de la semana de Pascua. Los deprimidos discípulos son sorprendidos por una realidad que no pueden creer; el Señor crucificado ha sido visto en Jerusalén, aquel que estaba muerto se experimenta como viviendo todavía y se está apareciendo a los discípulos que dejo. O como muchos entienden que comenzó este nuevo mensaje: El Señor resucitó y se le apareció a Pedro.

5. Es esta realidad de experimentar a Jesús entre ellos después de la crucifixión lo que los hace Iglesia. Es esta presencia gloriosa de Cristo lo que saca a los discípulos de sus escondites, de detrás de las redes y de la incredulidad y los convierte en Iglesia. Es esta realidad de ver al Jesús crucificado la que lleva a la Iglesia a reflexionar, a concluir que Jesús de Nazaret ha resucitado de entre los muertos y a predicarle como Señor de todo.

6. En este sentido, podemos ver que los discípulos no comprendieron el cuento de la muerte de Jesús hasta la Pascua. Debemos comprender que la cruz solo puede ser entendida cuando es vista después de haber experimentado la presencia del Señor crucificado en nuestras vidas.

B. La cruz es el evento escatológico por medio del cual se invierten todos los criterios y valores humanos.

1. En este momento –desde la fe– cabe preguntarnos: ¿Que significa la muerte de Jesús en la cruz del calvario? ¿Qué implica su muerte y qué consecuencias tiene para nosotros? Para esto debemos ver que sentido tenía su muerte para Jesús mismo. Con que certeza va Jesús de Nazaret a la muerte en la cruz del calvario.

2. Para contestar esta pregunta debemos remontarnos al momento de Getsemaní, al lugar donde Jesús ora pidiendo fortaleza al Padre, para enfrentar su futuro. Y si leemos en las narrativas de Getsemaní, encontraremos las dos formas básicas con que Jesús ve la experiencia de su muerte: a) la cruz es la “copa” amarga que él debe apurar y b) la muerte es “la hora señalada” por el Padre.

3. Estas frases son sumamente importantes porque eran las formas que usaba el judaísmo para referirse al momento en que Dios establecería su Reino entre los hombres. Por un lado, la palabra ” copa”, hacía referencia al juicio final, al momento en que Dios juzgaría al mundo por su actitud hacía su palabra. Por otro “la hora señalada” se refería al establecimiento del Reino de Dios; al momento en que Dios lo sería todo en todo y se establecería la justicia divina. En este sentido, vemos que Jesús ve su muerte como un momento decisivo en la historia de la salvación; como el momento en que Dios establecería su Reino en medio de los hombres.

4. Por está razón es que Jesús se entrega a la voluntad de Dios y va de la mano de los pecadores hasta la muerte de cruz. Porque Jesús sabía que su muerte sería instrumento en las manos de Dios para el establecimiento del reino divino. Por eso es que Jesús ve la muerte en el calvario como un momento de victoria donde los que le llevaban a la muerte no son mas que instrumentos del plan divino. De este modo los partidos fariseos que veían la muerte de Jesús como el fin, que estaban dispuestos a romper la ley por condenarle, son los que más contribuyen a la revelación de Jesús como el ungido de Dios, como el Señor del Nuevo Reino.

5. En este sentido, es interesante ver el primer significado de la cruz. La muerte de Jesús de Nazaret, significa la derrota del esfuerzo humano por la salvación. La cruz significa la derrota de la religión, donde el hombre en su esfuerzo personal de llegar a Dios le encuentra de frente y lo asesina para establecer su propia justicia. La cruz implica que la religión de las obras ha fallado y que el deseo de llegar a Dios por medio de la ley, nos conduce al pecado y a la muerte. La cruz revela la imposibilidad del hombre para salvarse a si mismo; la imposibilidad de que una religión nos lleve a Dios.

6. Por eso es que Pablo dice que para los judíos el mensaje de un Cristo resucitado es un escándalo, y para los griegos es una necedad. Porque en la cruz se cambian todos los valores humanos por los nuevos criterios del reino divino. Porque en la cruz recibimos vida de la muerte, recibimos la bendición por medio de un maldito, y la libertad por medio de un esclavo. La cruz es el momento decisivo de Dios para mostrarnos la imposibilidad humana y el poder de Dios para solución.

C. La cruz es el lugar cósmico donde se revela la justicia de Dios.

1. Ahora bien, si la cruz es el evento final y decisivo donde se nos muestra la condición del hombre, la cruz es también el lugar donde se revela la justicia de Dios para salvación de todo aquel que cree. Justicia que no se define como hacer lo bueno o lo justo, sino que se define como la disposición de Dios para relacionarse con el hombre. ( Ro. 1:17, 5:1 ; II Co. 5:17-21 ).

2. En este sentido, si bien la cruz por un lado nos revela el pecado humano, por otro nos revela que Dios que ha venido a buscarnos, el Dios que llega al hombre en Cristo Jesús. En la cruz, Dios le grita al mundo que el camino de la ley no tiene salida y que el único camino al Padre es Jesús de Nazaret. La muerte de Jesús nos revela la disposición, el deseo, la acción de Dios para venir a salvar al hombre que no puede llegar a él.

3. Por eso es que predicamos el evangelio de gracia donde somos justificados por la fe, porque el amor de Dios se revela en esto, en que siendo todavía pecadores, Jesús murió por nosotros (Ro. 5:8). Si bien la salvación no puede ser comprada con dinero, puede alcanzarse por la fe en Jesús como el ungido de Dios, el Señor y Salvador del mundo. En Cristo la salvación llega por gracia –no por obras– como un regalo que no se compra, como un don para una humanidad pecadora.

4. Esto es de una importancia crucial para nosotros y para nuestro mensaje. Por un lado, la justificación por la pura gracia de Dios, implica que nuestra salvación es un regalo, esto es, que nuestro valor es dado por Dios. Por la cruz de Cristo, yo no tengo que luchar en el mundo para demostrar lo que valgo –el esfuerzo humano es inútil. Por el contrario, es Jesucristo quien me da valor, quien me da sentido. El es “mi gloria y el que levanta mi cabeza” (Sal 3:3). En Cristo yo no tengo que establecer mi propio valor, porque “ya no vivo yo, mas Cristo vive en mi y la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amo y se entregó así mismo por mí” (Gal. 2:20).

5. Por otro lado, la revelación de la justicia de Dios en la cruz de Cristo, implica un giro nuevo en el mensaje de la causa de Jesús. El mensaje se convierte en buena noticia de que por medio de la fe en Jesús de Nazaret -por medio de la palabra de la cruz- somos justificados sin merecerlo- recibimos la vida cuando todavía merecemos la muerte, ¡Que mayor noticia que esta para gritar al mundo, que por medio de Cristo Dios ha cumplido la profecía del II Isaías que dice: “Consolaos, Consolaos pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, que ya ha pagado su culpa” (Is. 40: 1-2).

6. En este sentido vemos el profundo sentido del sacrificio de Jesús en la cruz por nosotros, porque la muerte de Jesús, en Pablo, es primordialmente vicaría. Es una muerte en beneficio de; en beneficio de la humanidad imposibilitada de acercarse a Dios, en beneficio del hombre perdido en su pecado, en beneficio tuyo y mío, en beneficio del hombre que necesita salvación.

III. Conclusión

Hoy conmemoramos, el asesinato cruel de Jesús de Nazaret en la cruz del calvario. Predicamos a un crucificado como Señor, predicamos a un condenado como Rey, porque sabemos que por medio de El, la vida ha entrado al mundo, el pecado ha sido descubierto y ha comenzado la posibilidad de la salvación. Por eso decimos que en la cruz todos los valores del mundo se invierten, porque:

Los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a un Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura, En cambio, para los llamados Cristo es poder y sabiduría de Dios, porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

1 Corintios 1.22-25

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Semana Santa
Creo

El mensaje de la cruz – Un sermón para el Viernes Santo

«El mensaje de la cruz» es un sermón apropiado para el Viernes Santo de la Semana Santa, basado en Hebreos 4:14-16.



Rudimentos

Texto: Hebreos 4:14-16

Tema: Por medio de su sacrificio en la cruz, Jesús ha abierto el camino a la salvación para toda la humanidad.

Área: Evangelización

Propósito: Confrontar a la audiencia con el significado de la cruz

Diseño: Sermón Doctrinal

Lógica: Inductiva (Usando la forma conocida como “El ojal de Lowry”) 

Manuscrito

Introducción

El viernes es el día de la cruz. Desde que el Señor quedó solo en el Jardín de Getsemaní, en manos de una turba furiosa, se conocía su destino: Jesús se dirige irremediablemente al sufrimiento y a la muerte. El Señor se dirige solo a enfrentar las consecuencias de su mensaje.

Alterar el equilibrio

Ante la realidad de la cruz, creo que debemos preguntarnos qué hacemos aquí. ¿Qué conmemoramos en este día llamado santo? Y si formulo esta pregunta es porque el orden de los eventos de aquel viernes de Pascua nos deja poco que celebrar. El día en que murió el Galileo fue un día oscuro, fue un día de vergüenza; digno de borrarse de todos los libros de la historia. Sólo basta que nos preguntemos, ¿Que pasó aquél día santo en Jerusalén? El evento principal fue un juicio viciado y una muerte injusta. En eso no hay gloria.

La muerte en la cruz era la forma más vergonzosa de morir que había en el mundo donde vivió Jesús. Nunca se utilizaba para ejecutar a un ciudadano romano. Por el contrario, se empleaba sólo para esclavos, extranjeros y sediciosos

La cruz se levantaba por dos razones: maldición y vergüenza. El crucificado estaba maldito, por eso no tocaba la tierra, para no mancharla. Además, se colgaba en un lugar alto para que todo el mundo viera como el criminal se asfixiaba cuando el peso de los músculos del pecho hacía presión contra los pulmones y le impedía respirar.

Analizar la discrepancia

Entonces pregunto, ¿conmemoramos eso, la muerte injusta de un ciudadano de segunda clase, acusado de sedición y blasfemia en una pequeña provincia de Roma en el primer siglo?

O, por otra parte, ¿conmemoramos la cobardía de unos discípulos que huyen ante la necesidad del maestro y se esconden para no sufrir con él? O, ¿acaso celebramos la victoria de los partidos extremistas del judaísmo? La victoria de los fariseos, los saduceos y los herodianos, quienes lograron asesinar a Jesús aún cuando el derecho romano se lo prohibía.

En este punto, permítanme preguntar una vez más: ¿qué celebramos en un día como este; un día que según los criterios del mundo, no tiene nada de especial y sagrado?

Revelar la clave de la solución

Permítanme contestar la pregunta indicándoles que los eventos de este día no pueden ser entendidos usando los criterios del mundo. La muerte de Jesús de Nazaret en la cruz del Calvario hay que entenderla a la luz de los valores del Reino de Dios.

El hombre de la cruz es inocente. Jesús no había cometido falta alguna. En su vida sólo había hecho bien a los demás. Con sus actos, prodigios y su palabra viva, quedaba demostrado que en Jesús había algo de Dios. Algo que le acreditaba como un profeta enviado para el bienestar y la paz de los suyos.

Sin embargo, Jesús es tratado como un criminal y es asesinado vilmente. Tanto es así que Jesús se convierte en la víctima de los poderosos de su época. Víctima, sí mis hermanas y hermanos, Jesús fue una víctima. Y quizás este es el primer paso para entender la muerte de Jesús: es necesario saber que Jesús fue víctima inocente de la injusticia.

Interesantemente, la palabra víctima se usa también el otro contexto: el del sacrificio. El corderito que era llevado al templo para ser sacrificado era llamado, comúnmente “víctima”. Así que podemos establecer una comparación o analogía entre la muerte de Jesús y el sacrificio de un cordero.

Quizás ésta es la clave; quizás esta comparación nos allane el camino para entender la muerte de Jesús.

Experimentar el evangelio

En la Biblia hay un libro que presenta la muerte de Jesús como un sacrificio. Este es el libro de los Hebreos. La carta a los Hebreos comienza diciendo:

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo.

Hebreos 1:1-2

Esta es una afirmación maravillosa. Hebreos deja claro que es Dios mismo quien ha salido a nuestro encuentro en Cristo Jesús, en su Hijo. Sin embargo, afirma que este no es un primer intento.

Dios ha estado tratando de hablar con nosotros, de hacer llegar su mensaje, en muchas ocasiones y diversas maneras. Pero esos intentos fueron poco exitosos. Así que Dios envió a su propio Hijo a presentarnos el mensaje salvífico.

Dios ha tratado de hablar a tu vida en muchas maneras: por medio de la naturaleza, de amistades, de familiares, de lecturas y hasta por los medios de comunicación masiva. Ahora te habla claramente por medio de su Hijo, ya que la presencia de Cristo está en medio nuestro.

Esa es la realidad: Dios ha hablado y a esa realidad le corresponde otra no menos importante: El ser humano siempre ha buscado a Dios. Pero esa búsqueda se ha hecho difícil. La realidad es que entre el ser humano y Dios hay una gran distancia.

  • Dios es santo; nosotros somos pecadores.
  • Dios es fiel; nosotros somos ambivalentes.
  • Dios es eterno; nosotros somos mortales.

Para salvar esa distancia necesitamos un mediador, alguien que tenga acceso. Ese mediador que tiene la vía franca será quien nos lleve ala presencia de Dios.

Hebreos deja claro que el pueblo de Israel buscó muchos mediadores, tales como los ángeles, Moisés, Josué y los Sumos Sacerdotes hebreos. De estos mediadores antiguos, el más efectivo lo fue el sumo sacerdote. Permítanme explicarles como funcionaba el sumo sacerdote en el Antiguo Israel:

1. El sumo sacerdote era un hombre de la familia de Aarón, descendiente de Leví.

2. Su ministerio o trabajo principal se llevaba a cabo una vez al año.

3. El día de la purificación (llamado en hebreo el “Yom Kippur”) el sumo sacerdote iba al templo.

4. El templo estaba dividido en tres partes principales: el atrio, el lugar santo y el lugar santísimo.

5. Aquel hombre ofrecía un sacrificio por sus propios pecados y entonces procedía a entrar al lugar santísimo, donde ofrecía un sacrificio por los pecados del pueblo.

6. Entonces, el pueblo sabía que había recibido perdón. 

7. Empero, hasta el año entrante no había otro sacrificio.

¿Complicado, verdad? Y no solamente era complicado, sino ineficaz. Porque, en el fondo, este mediador era un hombre tan pecador como los demás. Este no tenía acceso a Dios más que un día, por un ratito, en un cuartito. Este era un sacrificio deficiente; esta era una mediación ineficaz.

Nosotros podemos comprender eso de los “sacrificios ineficaces” porque en nuestra búsqueda, hemos caído en manos de muchos mediadores ineficaces:

1. El falso evangelio del formalismo: no transforma.

2. El falso evangelio del miedo: no libera.

3. El falso evangelio de la restricción: no permite el disfrute de la vida.

Tiene que haber, por lo tanto, otro mediador. Un mediador afectivo y eficaz; un mediador que tenga acceso de verdad a Dios. A esto Hebreos nos responde diciendo:

Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Hebreos 4:14-16

Jesús es nuestro sumo sacerdote. El sí tiene acceso a Dios, porque viene de Dios. El sí tiene acceso, porque es plenamente humano. Por lo tanto, ahora sí podemos caminar con confianza al trono, es decir, a la presencia de Dios. La cruz es pues el sacrificio final y último donde Jesús es víctima y sacerdote; cordero y eficiente. En la cruz el sumo sacerdote es perfecto, ofrece la víctima perfecta que abre el camino perfecto a Dios.

  • No hay otro mediador (ni santo, ni espíritu, ni hombre, ni obra alguna)
  • No hay otro evangelio (ni miedo, ni pompa, ni restricciones)
  • No hay otro camino 

En la cruz, fuimos comprados a precio de sangre inocente para Dios

Anticipar las consecuencias

Ese es el mensaje de Dios para ti en esta hora. Dios te está buscando, porque desea salvarte. Ahora el camino a la salvación está libre, la vía está franca y el temor ha sido superado. Jesucristo, el mediador de un nuevo y mejor pacto, está dispuesto a recibirte.

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Hebreos 4:16

¡Acércate, con confianza al altar del Señor!

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Viernes Santo
La cruz

 

No lo soy – Un sermón para el Jueves Santo

Un sermón o prédica cristiana apropiada para el Jueves Santo, sobre la negación de Jesús por parte de Pedro, basada en Juan 18.15-18.


Rudimentos

Texto: Juan 18:15-18

Idea Central : Dios llama a la humanidad a demostrar su compromiso con Cristo optando por la luz.

Área: Evangelización

Propósito: Que la audiencia evalúe la seriedad de su compromiso con Dios.

Lógica: Inductiva

Tipo: Expositivo



Manuscrito

Para establecer el tono

Yo no soy una persona temerosa. Digo, por lo menos yo creo que no lo soy. Sin embargo, hay momentos en que el miedo se ha apoderado de mí. Y, en ocasiones, ese temor ha sido tan intenso que me he sentido paralizado ante la amenaza.

De hecho, todavía recuerdo claramente uno de esos momentos. Me dirigía en un “bus” viejo e incómodo hacia la ciudad de Quetzaltenango, en la República de Guatemala. Faltando aún como una hora de viaje, el “bus” se detuvo súbitamente. Miré con curiosidad por la ventana y vi que una cuadrilla de militares eran los responsables del alto. El sargento habló con el chofer. No sé lo que le dijo, pero poco después los militares subieron al bus acompañados por dos jóvenes ensangrentados.

El silencio en aquel bus era sepulcral. Durante ese tiempo la represión en Guatemala era tan grande que casi todo el mundo podía contar historias de horror relacionadas con los militares. Yo estaba paralizado. El miedo cedió un poco cuando los militares bajaron. Sí, cedió, pero sólo un poco. Pasaron varias horas hasta que pude volver a sentirme en paz.

Marco escénico

No, mis hermanas y mis hermanos, no es fácil verse rodeado de militares. Más aún cuando dichos militares están dispuestos a hacerle daño a la gente que amamos.

Por eso pienso que la acción de Simón Pedro y del otro discípulo fue un acto valeroso. Pedro y su anónimo acompañante entraron al palacio de Anás, el Sumo Sacerdote de turno, para estar cerca del lugar donde se llevaba a cabo el viciado juicio del cual Jesús fue víctima.

La acción de entrar al patio de la casa de Anás era muy peligrosa. Poco antes, esa misma noche, estos discípulos habían sido testigos del arresto de Jesús (Jn. 18:1-11). Estando “al otro lado del torrente del Cedrón, donde había un huerto” (18:1) –el huerto de Getsemaní– Judas, el hermano traidor, había llegado acompañado por militares y religiosos. Allí habían arrestado a Jesús.

El Evangelio de Juan nos dice que en medio de las sombras Simón Pedro hirió a un militar llamado Malco, siervo del Sumo Sacerdote (18:10-11). Y ahora Simón estaba precisamente en la casa del jefe del siervo herido; rodeado –como dice el v. 18– por los mismos militares que habían arrestado a Jesús.

Trama

Pero la historia sólo comienza. Los discípulos habían llegado a casa del Sumo Sacerdote aprovechando la amistad del discípulo anónimo con su familia (v. 15). Al principio, Pedro se quedó fuera (v. 16a), pero el otro discípulo habló con la portera y consiguió la entrada de Pedro al patio de la casa de los asesinos.

Allí encontramos el nudo de la acción. La criada a cargo de la puerta reconoció a Simón: “Entonces la criada portera dijo a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?” (v. 17). El momento, ciertamente, no era cómodo para Pedro. Su vida dependía de su respuesta: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?”

Lo interesante es que casi 2,000 años después ustedes y yo nos encontramos en la misma posición de Pedro: nuestro futuro depende de nuestra respuesta a la misma pregunta. Rodeados por las fuerzas del mal, el mundo cuestiona la profundidad y solidez de nuestro compromiso con Cristo: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?”

Y nuestra respuesta es muy importante. Es más, nuestra respuesta es crucial. Al contestar esta pregunta estamos tomando una opción; estamos indicando cual será el sendero que tomará nuestra vida.

“¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?” es una pregunta cargada. En ella se nos pide que tomemos la decisión más importante de nuestras vidas.

¿Eres tú seguidor de la vida o de la muerte? ¿Del bien o del mal? ¿De la luz o de las tinieblas? ¿De Dios o del maligno? No hay términos medios. No hay zonas grises. No hay vías alternas. ¿Eres tú también de los discípulos de este hombre? ¿Si o No?

Punto culminante

Entonces, un Pedro paralizado por el miedo a la muerte le contestó a la portera: “No lo soy”. Sí, oyeron bien. Simón Pedro contestó: “No lo soy”.

  • El mismo Pedro que había confesado que sólo en Jesús había palabras de vida eterna (6:68);
  • El Pedro que ante la amenaza de no poder compartir más con Jesús si no se dejaba lavar los pies por el maestro le había pedido a Jesús que no sólo le lavara los pies, sino las manos y la cabeza (13:9);
  • El Pedro que había defendido con la espada a su maestro (18:10
  • El Pedro que había dicho que daría aún la vida por Jesús (13:37);
  • Este mismo Pedro ahora dice: “No lo soy”.

De nada valió la advertencia de Jesús (13:36-38) ante la actitud quijotesca del Apóstol: “¿Tú vida pondrás por mí? De cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces.” Pedro negaba a su maestro.

Y esto nos ofrece un interesante contraste. En la narrativa del arresto de Jesús, el Maestro fue confrontado con una situación similar a la experimentada por Pedro. Decir la verdad podía costarle la vida. Sin embargo, Jesús actuó con resolución ante la turba asesina, diciendo: “¿A quien buscáis?” Entonces, dice la Biblia que Jesús les dijo: “Yo soy”. Otra vez en el v. 6 Jesús les dice “Yo soy”, y Juan nos indica a renglón seguido que cuando los soldados y los religiosos escucharon su voz, éstos cayeron a tierra. Y, aún una tercera vez, en el v. 8, Jesús insiste diciendo “Yo soy”. Entonces es arrestado.

¿Ven el contraste? Ante tres “Yo soy” de Jesús, Pedro niega al Señor tres veces (18:17, 25-27): No lo soy; No lo soy; No lo soy.

Quizás usted se plantee la misma pregunta que yo ante la actitud de Pedro: ¿Por qué? ¿Qué llevo al Apóstol a ceder tan vilmente ante el miedo? No sé, no conozco la respuesta, pero cuando leo este pasaje recuerdo las veces cuando yo mismo he negado al Señor.

No lo soy. Decimos “no lo soy” cuando anteponemos nuestros propios intereses al amor que le profesamos tanto a Dios como a los demás. Cuando buscamos nuestro propio bienestar es lugar del bienestar de la persona amada.

Y, ¿será eso amor? Sí y no. No es amor en el sentido del que habla Juan en 13:31-35; ese amor que tiene como modelo la práctica de Jesús; ese amor es perfecto. Pero, en otro sentido, sí es amor. Es un amor tierno que acaba de nacer; un amor débil que aún comienza a desarrollarse. Otra vez es necesario recurrir a I Juan para explicar conceptos del Evangelio. Allí, en el 4:18, leemos:

En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en si castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.

I Juan 4:18

Interesantemente, en griego la palabra “perfecto” es sinónimo de “maduro”, Esto explica muchas cosas. Sí, Pedro amaba a Jesús. Pero lo amaba con un amor joven, débil e inmaduro. Por eso el miedo, y como consecuencia del miedo, el castigo. Por otra parte, el amor de Jesús era fuerte, maduro, perfecto. De ahí que a la hora de la confrontación, el maestro no dudó en decir “Yo soy”.

Desenlace

Con toda seguridad, podemos afirmar que Pedro lloró amargamente su acción. Y merecía llorar. _Acaso no había traicionado a su Maestro? Quizás ustedes y yo le hubiéramos dado la espalda en una situación como esta. Sin embargo, Sin embargo Jesús le buscó en señal de comprensión, en señal de amor.

Terminado el desayuno, Jesús le preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: apacienta mis corderos. Volvió a preguntarle: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Cuida de mis ovejas. Por tercera vez le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro, triste porque la le había preguntado por tercera vez si lo quería, le contestó: Señor, tu lo sabes todo: tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Cuida de mis ovejas.

Juan 21.15-18 (DHH)

Esa es la palabra de Dios para hoy. No importa cuantas veces hayas dicho: “No lo soy”, Dios te plantea una nueva pregunta: ¿Me amas? No importa las veces que hayas dicho: “No lo soy”, Dios te llama hoy.

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La séptima palabra es:

Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo tu espíritu. Habiendo dicho esto, expiró. (Lucas 23.46)

las siete palabras

Media – Las Siete Palabras

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Texto

Después de haber cumplido su obra en el mundo, ¿qué le resta a Jesús? Sólo queda invocar al Padre para ser restaurado a la gloria que tuvo con él desde “antes que el mundo existiera” (Jn 17.5).

Jesús vuelve a llamar a Dios “Padre”, en forma íntima y personal. Probablemente usó la palabra aramea “abba” para referirse a Dios en esta ocasión. Esta es la misma palabra que aparece en Romanos 8.15 y Gálatas 4.6. Este vocablo se utilizaba sólo en la intimidad del hogar, ya que implica una íntima relación de amor y cariño sentido. En este sentido, es como si Jesús llamara a Dios “papi” o “papito”, como un bebé llama a su padre.

Jesús invoca al Dios “Padre” para volver a él, para entregarle su espíritu. De este modo, se cumple la profecía del Salmo 22.8: “Se encomendó a Jehová: líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía”.

Jesús se entrega a Dios para ser restaurado, para ser reivindicado ante los ojos de los pecadores que le habían llevado a la cruz. En una palabra, Jesús se entrega a Dios para ser levantado de entre los muertos por medio del poder del Espíritu Santo.

El Galileo no quedó colgado en la cruz. Fue sepultado el viernes en la tarde, pero no resucitó hasta el domingo—día del Señor—en la mañana.

El Hijo entrega su espíritu al Padre en esperanza. Con la esperanza de resucitar de entre los muertos a una vida incorruptible. Y con su resurrección, Jesús abre el camino para toda aquella persona que cree. Y con él la iglesia tiene la esperanza gloriosa de vida abundante y eterna con su Señor. Desde ahora, nadie tendrá que morir en desesperanza.

Al leer este relato, una pregunta surge en mi mente. ¿Tendría yo la valentía necesaria para enfrentar la muerte con tanta valentía? ¿Tendría yo la fe necesaria para enfrentar la muerte con tanta paz? ¿Podría yo expirar confiado en quedar en las manos de Dios? ¿Podría yo? ¿Podría usted?

Conclusión

El viernes es el día de la muerte. Temprano en la tarde, el cuerpo de Jesús cuelga del madero. Ha expirado; ha muerto. Ha muerto

  • Por mis pecados,
  • Por tus pecados,
  • Y por los pecados de toda la humanidad.

En sus palabras finales ha resumido su obra salvífica. Jesús nos perdona, nos ofrece la gloria, nos da una nueva familia, afirma que ahora tenemos libre acceso a Dios, se identifica con nosotros y nos da esperanza de salvación.

Ahora sólo me resta invitarle a aceptar la invitación que Jesús nos hace desde la cruz. Jesús te invita a dejar atrás la vida vieja, a aceptar su perdón y a caminar hacia el futuro con esperanza. Jesús te invita a imaginar un nuevo futuro, dirigido hacia la vida plena que se encuentra cuando se vive en comunión con Dios. Jesús te invita. Jesús te invita.

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